Por: Imam Al-Ghazali
Imam Al-Gahazali nos explica en este extracto del su obra ‘La alquimia de la felicidad’ cuáles son los signos del amor a Dios.
Muchos dicen amar a Dios, pero cada uno debe examinarse a sí mismo en cuanto a la autenticidad del amor que profesa. La primera prueba es esta: no le debe disgustar la idea de la muerte, puesto que ningún amigo se encoge de miedo al ir a ver a un amigo. El Profeta, que la paz y las bendiciones de Allah sean con él, dijo: “Quien quiera ver a Dios, Dios quiere verlo“. Es cierto que un sincero amante de Dios puede tener miedo de la idea de que la muerte pueda llegarle antes de que haya terminado su preparación para la próxima vida, pero si es sincero, será diligente en hacer tal preparación.
La segunda prueba de sinceridad es que un hombre debe estar dispuesto a sacrificar su voluntad a la de Dios, debe adherirse a lo que lo acerca a Dios y debe evitar lo que le lleve a alejarse de Dios. El hecho de que un hombre cometa faltas no es prueba en absoluto de que no ame a Dios, sino que es prueba que no lo ama con todo su corazón. El santo Fudhail dijo a cierto hombre: “Si alguien te pregunta si amas a Dios, cállate, porque si dices: ‘No lo amo’, eres un infiel, y si dices: ‘Sí’ tus obras te contradicen.
La tercera prueba es que el recuerdo de Dios siempre debe permanecer fresco en el corazón de un hombre sin que sea un esfuerzo, porque lo que un hombre ama lo recuerda constantemente, y si su amor es perfecto, nunca lo olvida. Sin embargo, es posible que, si bien el amor de Dios no ocupe el primer lugar en el corazón de un hombre, puede que lo haga el amor del amor de Dios, porque el amor es una cosa y el amor del amor es otra.
La cuarta prueba es que amará el Corán, que es la Palabra de Dios, y a Muhammad, que es el Profeta de Dios; si su amor es realmente fuerte, amará a todos los hombres, porque todos son siervos de Dios, aún más, su amor abarcará toda la creación, porque el que ama a alguien ama las obras que crea y su letra.
La quinta prueba es que estará ávido del retiro y la privacidad cuyo fin será la devoción; anhelará que se acerque la noche para poder tener privacidad con su amigo sin impedimentos ni molestias. Si prefiere el conversar de día y dormir de noche a tal privacidad, entonces, su amor es imperfecto. Dios le dijo a David: “No seas demasiado íntimo con los hombres; porque dos tipos de personas están excluidas de Mi presencia: aquellos que buscan la recompensa y les sobrecoge la pereza cuando la obtienen, y aquellos que prefieren sus propios pensamientos a Mi recuerdo. El signo de mi disgusto es que los abandono a ellos mismos”.
En realidad, si el amor de Dios realmente toma posesión del corazón, todo otro amor queda excluido. Uno de los hijos de Israel tenía la costumbre de rezar de noche, pero, al observar que un pájaro cantaba en un árbol con mucha dulzura, comenzó a rezar debajo de ese árbol, para tener el placer de escuchar al pájaro. Dios le dijo a David que fuera y le dijera: “Has mezclado el amor de un pájaro melodioso con el amor hacia Mí; tu rango entre los santos ha bajado”. Por otro lado, algunos han amado a Dios con tal intensidad que, mientras estaban dedicados a la devoción, sus casas se incendiaron y no se dieron cuenta.
Una sexta prueba es que la adoración se vuelve fácil. Cierto santo dijo: “Durante un espacio de treinta años realicé mis devociones nocturnas con gran dificultad, pero durante un segundo espacio de treinta años se convirtieron en una delicia”. Cuando el amor a Dios es completo, ninguna alegría es igual a la alegría de la adoración.
La séptima prueba es que los amantes de Dios amarán a quienes lo obedecen y odiarán a los incrédulos y a los desobedientes, como dice el Corán: “Son duros con los incrédulos y compasivos entre ellos” (Corán, 48:29). El Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, una vez le preguntó a Dios y le dijo: “¡Oh Señor! ¿Quiénes son tus amantes?” y la respuesta llegó: “Aquellos que se apegan a Mí como un niño a su madre, se refugian en el recuerdo de Mí como un pájaro busca el refugio de su nido, y están tan enojados al ver las faltas como un león enojado que no teme nada“.
Fuente: La Alquimia de la felicidad, libro de Imam Al-Ghazali.