Autor: Aziza Puch
Nací en Madrid en una familia cristiana y fui educada como tal. Al llegar a la juventud, aunque no podía negar la existencia de un Creador, lo que conocía no me convencía y la parte espiritual de mi vida quedó relegada.
Conocí Islam a través de mi hermana mayor, que fue una de las primeras mujeres españolas que se hicieron musulmanas. Y mi reacción, como la del resto de la familia, fue pensar: “será una moda que ya se le pasará”, “que era una secta que le habían comido el coco…” Por desconocimiento sólo vimos lo más negativo y lo más externo, que si el pañuelo, que porqué la separación entre hombres y mujeres, que si el machismo, etc.
Yo me independicé y me instalé a vivir en Logroño. Y cuando mi hermana pequeña se hizo musulmana la consigna pasó a ser otra: ¡Peligro, se contagia!!
Ella se casó con un hombre musulmán y español, y aunque vivíamos lejos, siempre hemos mantenido una relación cercana, por haber crecido juntas. El ejemplo de su relación de pareja fue haciendo su labor de dawa (ejemplo de los beneficios del Islam), y cuando yo inicié la relación con el padre de mis hijos, mi deseo en lo más profundo de mi corazón fue: “que sea como la de ellos”.
Durante mi segundo embarazo algo más se iba gestando, crecía un anhelo, que tiempo después pude identificar como la necesidad espiritual que tiempo atrás había relegado.
Necesitaba incorporar en mi vida la relación con mi Creador, al que nunca había negado pero si olvidado. Y decidí que la mejor manera era Islam, que pondría orden en mis días con el salat, que hacía fácil la vida de la pareja porque Quien nos había creado y por tanto mejor nos conocía nos daba las pautas para vivir de la mejor manera posible y que lo inteligente era seguirlas. Eran las instrucciones, el modo de empleo.
Y me acerqué a mi familia musulmana para comunicárselo. Les hizo mucha ilusión, pero el que mi marido no lo viera tan claro suponía un problema.
Como en Islam el marido es el guía de la familia, hacer shahada (aceptar Islam), podía desembocar en una situación de divorcio. El era creyente, pero había salido mucho más rebotado del catolicismo, y estaba cerrado a nuevas doctrinas. Decía que no necesitaba ni iglesias ni mezquitas para rezarle al Creador, que la naturaleza le bastaba.
Fue un tiempo difícil. Aprendí a hacer salat y a veces lo hacía, también alguna vez ayunaba. Mi elección cada vez era más firme, pero me costaba romper mi familia, sobre todo porque confiaba en su creencia.
Y cuando la situación era tan tensa que estaba a punto de romperse, él imitó mi salat y puso la cabeza en el suelo, y Allah le abrió el corazón y decidió que quería hacerse musulmán.
Y sin perder más tiempo viajamos a Madrid donde hicimos juntos shahada.
Desde entonces han pasado muchos años y hemos tenido más hijos, hemos viajado, incluso hicimos el Hajj. También conocimos a muchas personas con las que nos unía la creencia y aprendimos mucho.
Ahora hace años que él murió (que Allah tenga misericordia con él) y sé que nos enseñó tantas cosas… que sigo dando gracias a Allah por haberme hecho el mejor regalo de mi vida: Islam.
Fuente: www.islamhoy.com