Autor: Shayj Abdalhaqq Bewley
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El Profeta Muhammad tenía una voz poderosa y melodiosa, a pesar de permanecer en silencio largos periodos de tiempo, siempre hablaba cuando la ocasión lo requería. Cuando lo hacía, era extraordinariamente preciso y elocuente, y sus frases eran tan coherentes y tan hermosamente construidas que quienes lo escuchaban -fuera quien fuese- comprendían y recordaban con facilidad todo lo que había dicho. Cuando estaba con sus esposas les hablaba con dulzura y con bromas continuas; y con sus Compañeros era el que más sonreía y se reía, admirándose de lo que decían y uniéndose a la conversación. Nunca se enfadaba por sus propios asuntos o por les relacionados a este mundo; cuando lo hacía, era en nombre de Allah y mostraba la más absoluta intransigencia. Cuando mostraba a alguien el camino lo hacía con toda la mano. Cuando estaba satisfecho con algo volvía hacia arriba las palmas de las manos. Cuando hablaba, las mantenía juntas. Cuando hablaba con alguien se volvía con todo el cuerpo hacia su interlocutor. Todo lo que hacía era con la mayor intensidad.
Su generosidad era ten inmensa que, cuando alguien le pedía algo, jamás se negaba. En una ocasión en la que un beduino le pedía cada vez más ovejas, siguió dándole hasta que llenaron un valle entre dos montañas y el hombre quedó anonadado. Nunca se iba a la cama hasta que el dinero que había en la casa se distribuía entre los pobres, y con frecuencia daba de sus reservas de grano hasta tal punto que su propia familia se quedaba sin nada antes de que finalizara el año. Cuando venía a verlo solía preguntar a la gente sobre sus necesidades y luego les daba lo que querían. Del mismo modo que era generoso con sus escasas pertenencias también lo era con su misma persona, dando sin cesar consejos, ayuda, dulzura, perdón, y un amor desbordante.
Le gustaba la pobreza y solía encontrársele en la compañía de los pobres. Su vida era los más sencilla posible. Siempre se sentaba en el suelo y, con frecuencia, cuando estaba con sus Compañeros se sentaba en la última fila para que los visitantes no pudieran verlo. Comía de un plato que estaba en el suelo sobre un paño y nunca usaba mesa. Dormía en el suelo sobre una estera tejida con fibra de palmera que dejaba marcas en su piel; pero si se le ofrecía algo más confortable, no lo rechazaba.
Tanto él como su familia pasaban hambre con frecuencia, y había meses seguidos en los que no salía humo de su casa ni de las de sus esposas porque solo tenían dátiles y agua; no había alimentos que cocinar ni aceite para las lámparas. Pero en otras ocasiones, cuando se disponía de comida, el Profeta, a quien Allah bendiga y conceda paz, comía bien. Dijo que la mejor comida era la que tenía más manos compartiendo el plato. Nunca ponía peros a la comida. Si le gustaba lo comía y so no lo dejaba.
Fuente: Extracto del libro ‘Islam, creencias y prácticas básicas‘.