Autor: W. Khan
Quien encuentra a Allah lo ha encontrado todo. Después de descubrir a Dios no queda otra descubrimiento por hacer. Allah se convierte en el mayor tesoro que uno tiene y valora y es a Él a quien se recurre para todas las necesidad mundanas y trascendentales.
El mundo de Dios es un conjunto de átomos; en su forma más elemental todo consiste en el mismo tipo de materia inerte que Dios ha moldeado en innumerables y distintas formas: luz, agua, tierra, calor, plantas… también ha dotado a la materia inerte de propiedades de sabor, olor y color. En todas partes ha dispuesto cosas en movimiento que están controladas por la fuerza de la gravedad.
Descubrir a Dios, quien ha creado tal mundo, es mucho más que adquirir un credo vacío; significa llenar el corazón y el alma con el radiante brillo de la luz divina y abrir la mente a una increíble belleza y delicadeza.
Cuando comemos frutas deliciosas, esto nos da una gran sensación de placer. Cuando un niño bello le nace a una pareja, su felicidad no conoce límites ¿cómo será entonces nuestra experiencia de conocer a Dios quien es el origen de toda la belleza, felicidad y virtud? Al descubrirlo ¿pude uno permanecer sin conocerse? Eso sería difícil de imaginar pues tan sublime experiencia –similar a la de llegar a la fuente de una luz centelleante- deje una marca irreversible en uno.
Habiendo dotado a las cosas de sus cualidades particulares, conocer a Dios tiene características que quien lo hace puede saborear. Descubrir a Dios es sentirlo en la fragancia que llega nuestras fosas nasales, en el sabor que excita el paladar, en la textura que alegra el tacto o en la melodía que toca el corazón.
Acercarse a Dios es vivir en un sempiterno jardín de brillantes colores y delicadas fragancias. Es escuchar una música tan bella que uno desearía que el encantamiento dure siempre.
Siendo el creador de toda luz, Dios mismo es el más resplandeciente de todas las luces creadas, puesto que su luz es diferente a estas. Él es la luz de los cielos y la tierra que derrama su luminosidad sobre las personas que le reconocen y adoran. Suyo es el mayor tesoro de la verdadera sabiduría. Él es el poseedor de la verdadera fuerza. Quienes Le descubren y se someten a Él es tan fortificados por Su fuerza y tan iluminados por Su sabiduría que nada puede arrastrarlos. No pueden, después de conocerle, sino evolucionar hacia seres humanos mejores.
Fuente: Tomado con alguna modificaciones editoriales del libro ‘¿Qué es el Islam?’