Por: Abdalhaikm Murad
El Hajj es un viaje en numerosas dimensiones . Recorremos con Abdal Hakim Murad las emociones que emanan de la conexión con el no visto.
Todo en la existencia tiene un punto céntrico; y si lo que importa al Cielo es la adoración de los creyentes, entonces el centro del universo es sin duda la Ka’bah. No hay otro lugar en la tierra con esta atracción de piedad, amor y anhelo.
La Ka’bah representa, para el corazón del creyente, la eternidad de Dios, al que servimos y adoramos, sin nada que se le parezca. Es el misterio final, cuyo trono inimaginable es rodeado por ángeles inimaginables. Al acercarse el peregrino a la Ka`bah, “La Casa Antigua”, gracias a una lógica simbólica misteriosa, en su corazón sabe que esta es la verdadera representación de algo, que va más allá de la representación y la imaginación.
Los musulmanes son fieles al segundo mandato, que no se idolatre. Abraham, quien rompió los ídolos de su padre y fue expulsado al desierto, estableció en este lugar el santuario más puro para la adoración del Dios verdadero. Las generaciones venideras olvidaron este mandato y colocaron 300 estatuas alrededor de la casa que Abraham había construido junto a su hijo mayor en este valle solitario. Cuando el Profeta Muhammad entro a la ciudad después de 30 años en el exilio, rodeo el santuario con su camello y señaló con su bastón cada una de estas vergonzosas figuras. Mientras lo hacía, las imagenes se iban cayendo de cara. El Profeta alzó la voz, como recordatorio al mundo: “La verdad ha llegado, y la falsedad se ha ido, la falsedad debe desaparecer”.
Los musulmanes, los herederos del monoteísmo más puro, se sienten afortunados de postrarse hacia la Casa Antigua cinco veces al día; convirtiéndose la casa en un remolino de rezos. Si alguien pudiese ver la Tierra desde arriba, viendo la luz de los corazones de los musulmanes que rezan, vería una serie interminable de ondas y oleadas iluminadas moviéndose por todo el mundo. Como cada vez hay más gente de Occidente favorecidos por la presencia del Islam, las zonas oscuras se están llenando de luz con la llamada de “No hay más Dios que Allah” que se escuchan en la ruinas espirituales de ciudades materialistas.
Más de 5 veces al día, prestamos atención a la Qibla dejando a un lado lo que no importa. “Allahu Akbar”, Dios es el Más Grande, lo que significa que: vuélvete hacia el símbolo de su Unidad y Belleza incognoscible, inconmensurable y majestuosa.
Cuando el musulmán se levanta a rezar, elevándose por encima de aquellos enfrascados en sus propios deseos, deja a un lado todo aquello que le ha hecho olvidar el poder de Dios, su escrutinio y misericordia. Duerme mirando a la Qibla; nunca hagas tus necesidades mirando a la Qibla, muere mirando a la Qibla, ponte en la tumba en tu lado derecho, mirando a la Qibla, esperando la última llamada, que te elevara a la vida, al igual que el adhan te elevó de tu muerte espiritual en el mundo.
Este lugar es admirado y temido. Pero en nuestra religión abrahámica, nos movemos hacia ese lugar, con admiración y terror, para encontrar amor y tranquilidad. Donde la mejor gente del mundo se juntó, ahí encontramos paz. Los rostros de aquellos que acaban de volver del Hajj despiertan el anhelo por la Casa de todos los que los ven. Y verdaderamente “junto a la dificultad hay facilidad”. Abraham dijo lo siguiente: “¡Anunciad el Hajj a la humanidad! Vendrán a pie, en diferentes bestias, de todos los barrancos estrechos”. Dios ordenó, y prometió, y en el Hajj se muestra como honra Sus promesas.
“El valle sin cultivo”, es estéril, austero y rígido con picos afilados: Uqhuwana, Khandama, Thawr, Hira’. La culminación del Hajj, en Arafat, es el ritual más simple y antiguo; lugar donde “caen las lágrimas y se elevan las oraciones”, con dos millones de corazones rotos. La belleza se encuentra en la austeridad de los ritos rigurosos, pero además en los rostros de miles de razas, todas iluminadas por el conocimiento y la esperanza del perdón, mientras el sol se pone.
La ciudad atrae a los amantes de Dios cada año y luego los envía a casa como si fuese un corazón que bombea sangre a todo el cuerpo. La mayoría de los peregrinos no han estado aquí antes, y mientras se acercan, cantan la respuesta de los mandatos de Dios a Abraham: “¡A Tu servicio, aquí estoy!”. Sus corazones comienzan a derretirse ante las vistas y los rituales desconocidos. Quitándose todas las pretensiones, se envuelven en el ihram, como si estuviesen listos para la tumba y los ángeles. En seguida, vienen recuerdos que habían estado ocultos. La luz de la Ka’bah hace ver nuestras malas acciones y nos aterroriza lo que vemos. El olvido, la estupidez, la pereza, la crueldad y todas esas acciones que se repiten año tras año. No se mejora, los corazones siguen enfermos y nos duele. La entrada a la ciudad es un momento de miedo, ya que no hay más miedo que ir a la tumba sin haber sido perdonados.
Hay que seguir los rituales del Hajj; pero la aceptación es de Dios, no tenemos ningún poder sobre ella. El peregrino se sitúa delante de la Casa de Dios y dice “Aquí estoy”. El estado de medina es Belleza (jamal) y el de La Meca es Majestad (jalal). La Ka`bah parece una ilusión óptica, que crece y se hace más majestuosa a media que nos vamos acercando, y desorienta al ojo con su cobertura negra de terciopelo. Todo el mundo parece estar hablando, pero solo son las voces de hombres y mujeres rezando.
No hay fórmulas mientras rodeamos La Casa, se dice lo que viene al corazón. Versos coránicos, rezos del Profeta o nuestras propias súplicas, todo puede ser escuchado. Algunos peregrinos sollozan. Y en el lugar más cargado de todos, en Multazam, al lado de la puerta dorada, el ambiente de esperanza, miedo, amor y deseo no puede ser descrito. El Hajj aceptado no tiene otra recompensa que el Jardín, como dice el Hadiz.
El Hajj es una purificación, incómoda y agotadora. Seguir las reglas impacta al ego. Una vuelta a la Ka`bah puede durar una hora, pero el peregrino debe de dar siete. Hay muchísima gente, un calor sofocante y los alojamientos son básicos. Aquellos que encuentran un cartón donde dormir se consideran afortunados. Pero al final: cuando el peregrino exitoso “deja atrás sus malas acciones como un recién nacido” hay un nuevo nacimiento.
Parte de la fuerza espiritual del Hajj se haya en la inculcación de la sabiduría. Tal vez volvamos a los mismos malos hábitos, pero el recuerdo de un encuentro con las “claras señales de Dios” o la fuerza del arrepentimiento que se tuvo permanecen con el peregrino, como un recordatorio de la importancia de tener un corazón puro y estar cerca de Dios. A menudo, décadas más tardes, el recuerdo del Hajj de una persona que comete malas acciones, puede sacarlo de sus vicios. En este sentido, el Hajj nunca llega a su fin.
Fuente: emel.com Traducido y editado por Nuevos Musulmanes