Autor: Osman Nuri Topbaş
Para invitar a sus parientes al Islam, el Profeta (s.a.w), la Luz del Ser, subió al Monte de Safa para dirigirse a la tribu del Quraish allí reunida. El Mensajero de Allah (s.a.w) se subió encima de una gran roca y les habló de la siguiente manera:
– Si os dijera, Oh Quraish, que un ejército enemigo se está preparando detrás de aquel valle para atacaros y arrebataros vuestras propiedades, ¿me creeríais?
Sin pensarlo dos veces, le contestaron:
– Sí, ya que nunca hemos sabido que hubieras mentido en nada; por el contrario, siempre te hemos encontrado veraz.
Después de haber recibido esta confirmación de los allí presentes, el Profeta de Allah (s.a.w) les informó de la Verdad Divina:
– Entonces podéis estar seguros que se está acercando un fuerte castigo que caerá sobre los que se nieguen a creer en Allah, y yo he sido enviado para advertiros de él. En lo que a vosotros se refiere, soy como un hombre que ve al enemigo que puede dañar a su familia y se lanza para advertirles. ¡Quraish! Moriréis -tal como os quedáis dormidos, y resucitaréis -tal como os despertáis del sueño. No hay ninguna duda de que os levantaréis de vuestras tumbas y seréis llevados ante Allah para dar cuentas de todo lo que habéis hecho en este mundo. En consecuencia, recogeréis el fruto de vuestras buenas acciones y tendréis que afrontar el severo castigo por el mal que hayáis hecho. (Bujari, Tafsir, 26; Muslim, Iman, 348-355; Ahmad, I, 281-307; Ibn Sad, I, 74, 200; Balazuri, I, 119; Samira az-Zayid, I, 357-359)
No hubo ninguna reacción apreciable ante estas palabras del Profeta (s.a.s), a excepción de su tío Abu Lahab, quien le interrumpió bruscamente:
– ¡Qué se sequen tus manos! ¿Para esto nos has convocado aquí?
Y siguió haciendo comentarios de este tipo, rompiendo el corazón del Profeta (s.a.w) con insultos. Su comportamiento fue la causa de la Revelación de la surah al-Masad:
“¡Que se pierdan las manos de Abu Lahab! Y perdido está. De nada le servirá su riqueza ni todo lo que ha adquirido. Se abrasará en un fuego inflamado. Y su mujer acarreará la leña. Llevando al cuello una soga de fibra.” (al-Masad, 111:1-5)
Se menciona aquí a su mujer porque, al igual que su marido, perjudicó grandemente al Profeta (s.a.w), hasta el punto de echar espinos por los caminos por los que sabía que iba a pasar. Además, la surah constituye una prueba de que ni las relaciones tribales ni familiares tienen valor alguno.
Lo que es importante es la proximidad espiritual. El espíritu no tiene raza, siendo ésta meramente una cualidad de la carne, que va a perecer sepultada en la tierra. El valor de la persona está determinado por su madurez espiritual -es éste su noble atributo.
La carne, el aspecto material del hombre, es como un molde en el que entra el espíritu, un vestido que lleva durante un tiempo. El hecho de que alguien lleve ropas de telas variadas no aumenta su valor.
Después de estos esfuerzos del Profeta (s.a.w), aceptaron el Islam su tía Safiyya y Atiqa, el esclavo liberado de su tío Abbas, Abu Rafi, y también Abu Dharr y Amr ibn Abasa, que Allah esté satisfecho de todos ellos.
Abu Dharr (r.a) nunca había adorado a los ídolos, ni siquiera en los Tiempos de la Ignorancia. Él mismo explica su experiencia en el camino de la Verdad, de la siguiente manera:
“Soy de la tribu de los Ghifar. Justo cuando recibí la noticia de que había aparecido en Mekka alguien que afirmaba ser Profeta, Allah puso el amor por el Islam en mi corazón. Le dije a mi hermano:
– Ve a Mekka y habla con el hombre que dice que recibe revelaciones del cielo, y vuelve a informarme.
Unais se fue a Mekka, y después de haberse entrevistado con el Profeta (s.a.w) y oído lo que tenía que decir, volvió a casa. Le pregunté de inmediato:
– ¿Qué noticias traes?
– He encontrado a un hombre que cree en lo mismo que tú, y que dice ser un enviado del Todopoderoso.
– ¿Qué dice de él la gente?
– Que es un poeta, un mago, un hechicero… cosas por estilo.
Siendo él mismo poeta, mi hermano tenía conocimientos de poesía. Dijo:
– Conozco las palabras de los hechiceros. Tampoco sus palabras parecen las de un poeta. Las he comparado con todo tipo de poesías. Juro que nadie en sus trece lo habría llamado poesía. Ciertamente dice la verdad, y los que le calumnian mienten. Exhorta al bien y a la virtud, y prohíbe los actos reprobables. A pesar de sus palabras, me sentía indeciso. Llené mi cuero de agua, metí algo de comida en las alforjas, y me puse en camino. Llegué a Mekka. No conocía al Profeta (s.a.s), pero no tenía ganas de hablar con nadie más. Esperaba cerca de la Ka’aba, bebía agua de Zamzam. Apareció a mi lado Ali (r.a). Dijo:
– Tienes aspecto de ser un forastero.
– Sí, lo soy.
– Entonces, sé nuestro huésped.
Me fui con él. A causa del terror que sembraban los mequinenses ni siquiera me preguntó el objeto de mi visita. A la mañana siguiente fui a la Ka’aba otra vez con la esperanza de encontrarme con el Profeta (s.a.w), pero a pesar de haber estado allí todo el día, no le vi.
De nuevo vino Ali (r.a) y me preguntó:
– ¿Todavía no sabes a dónde quieres ir?
– No.
– Entonces ven, sé nuestro huésped de nuevo.
Cuando llegamos a su casa, por fin me preguntó:
– Así pues, ¿qué historia traes? ¿Para qué has venido a esta ciudad?
– Según hemos oído, hay alguien que dice ser Profeta. He venido para hablar con él.
– Has hecho bien en venir. Ese hombre es el Mensajero de Allah, es verdaderamente un Profeta,- afirmó rotundamente y me dio las siguientes instrucciones:
– Sígueme por la mañana, hasta la casa en la que voy a entrar. Si veo que hay algún peligro, me pondré cara a la pared y fingiré que algo le pasa a mi sandalia; entonces, pasa de largo. Así llegamos, por fin, a donde estaba el Profeta (s.a.w).
– As-salamu alaika ya Rasulullah, dije saludándole por primera vez a la manera del Islam, y luego le pregunté:
– ¿A qué invitas a la gente, Oh Muhammad?
– A Allah, el Uno, sin copartícipes; a rechazar a los ídolos y a dar testimonio de que yo soy el Mensajero de Allah, -me contestó.
Cuando me explicó el Islam, me convertí en el acto. El Mensajero de Allah (s.a.w) se puso muy contento, sonrió felizmente:
– Ahora, Abu Dharr, mantenlo en secreto aquí en Mekka, y vuelve a tu casa.
– Pero yo quiero declarar mi fe, Mensajero de Allah.
– Temo que te puedan hacer daño.
– Incluso si me quieren matar, lo haré.
El Mensajero de Allah (s.a.w) permaneció en silencio.
Justo cuando los Quraish se habían reunido cerca de la Ka’aba, dije en voz alta:
– ¡Quraish! Testifico que no hay otro dios que Allah y que Muhammad es su siervo y Mensajero.
– ¡Está loco! ¡Vamos a darle una lección a este sabii! -gritaron los Quraish, y empezaron a pegarme hasta que me desmayé. Llegó en ese momento Abbas, el tío del Profeta (s.a.w) y me protegió con su propio cuerpo, diciendo:
– ¡Qué vergüenza! ¿Habéis olvidado que sois comerciantes y que vuestra ruta pasa por el territorio de los Ghifar? ¿Queréis que la corten?
Entonces me dejaron. A la mañana siguiente volví a la Ka’aba, y ocurrió exactamente lo mismo. Me dejaron porque pensaban que estaba muerto. Cuando volví en sí, fui a ver al Profeta (s.a.w). Al ver mi estado, me dijo:
– ¿Acaso no te advertí que no fueras?
– No pude evitarlo, Mensajero de Allah, mi corazón lo deseaba ardientemente, -le contesté.
Me quedé con él un tiempo, y luego le pregunté:
– ¿Qué debo hacer?
Me dijo:
– Cuando te llegue mi mensaje, llama al Islam a tu tribu. Y cuando recibas la noticia de que hemos salido de la clandestinidad,ven a donde esté yo.” (Bujari, Manaqibu’l Ansar 33 Manaqib 10; Ahmad, V, 174; Hakim, III, 382-385; Ibn Sad, IV, 220-225)
Mientras tanto, el Profeta (s.a.w) seguía invitando al Islam. Durante los meses de la peregrinación, se dirigía siempre a los mercados de Uqaz, Mayannah y Zhul Mayaz, hablando del Islam a todos con los que se encontraba -libres y esclavos, débiles y fuertes, ricos y pobres, a todos ellos les invitaba a creer en la Unicidad de Allah.
Fuente: http://es.osmannuritopbas.com/