El Viaje nocturno y la Ascensión (Al Isra wal Miray) del Profeta

Por: Mohammed Said Ramadan Al Buti

La vigésimo séptima noche del mes lunar de Raŷab es aprovechada por los musulmanes para conmemorar uno de los sucesos más importantes y extraordinarios en la vida de Sidnâ Muhammad (s.a.s.): su Viaje Nocturno (Isrâ) que lo llevó en un instante de Meca a Jerusalén y la Ascensión (Mi‘râŷ) al más elevado de los cielos.

Se designa con el término Isrâ el viaje nocturno que Allah hizo emprender al Profeta (s.a.s.) y que lo llevó desde la Mezquita Haram de Meca a la Mezquita Más Remota (al-Másŷid al-Aqsà), el Templo de Salomón en Jerusalén. Desde ahí, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) ascendió por los diferentes cielos alcanzando alturas que no son dadas a imaginar ni a hombres ni a genios. Este segundo viaje recibe el nombre de Mi‘râŷ.

La fecha exacta en que tuvo lugar tal acontecimiento es objeto de controversias. En general, se considera que sucedió en el décimo año después del comienzo de la Revelación del Corán, cuando los musulmanes vivían las horas más extremas de la persecución a la que los sometían los idólatras de Meca. Según Ibn Sa‘d, el Isrâ y el Mi‘râŷ ocurrieron dieciocho meses antes de la Hégira.

Para la mayoría de los musulmanes, ese fabuloso viaje fue llevado a cabo por el Profeta en espíritu y cuerpo. De pensarse que lo realizó tan solo en espíritu, la cosa no sería tan sorprendente; pero la concurrencia del cuerpo es lo que lo hace verdaderamente excepcional.

En sus Sahîh, al-Bujâri y Muslim narran las líneas generales del Isrâ y el Mi‘râŷ: El Profeta (s.a.s.) montó sobre un animal de naturaleza mística (al-Burâq), más grande que un asno pero menor a un mulo y cuyo paso alcanzaba los límites de la vista… Entró en la Mezquita al-Aqsà, y ahí realizó un Salât de dos rak‘as. A continuación, el Ángel Ŷibrîl le dio a elegir para beber de dos recipientes, uno contenía vino y el otro leche (el vino aún no había sido prohibido), y Muhammad (s.a.s.) escogió el que contenía leche. Ŷibrîl le dijo: “Has acertado en la naturaleza primordial (fitra)”. Después, Ŷibrîl lo condujo al primer cielo, luego al segundo, al tercero,… hasta el Azufaifo del Límite (Sidrat al-Muntahà), que marca el final del séptimo cielo y es la frontera para las criaturas. Muhammad (s.a.s.) avanzó, y Allah “le mostró lo que le mostró”… Durante esa Noche, fue impuesta a los musulmanes la práctica del Salât cinco veces al día. En un primer momento, fueron dictados cincuenta Salât-s, distribuidos a lo largo de la noche y el día, pero su número fue reducido finalmente al de cinco, valiendo cada uno de ellos por diez.

Al día siguiente, una vez vuelto a Meca, el Profeta (s.a.s.) describió a la gente lo que acababa de vivir. Los idólatras se trasmitieron el relato y lo acogieron entre burlas. Incluso algunos lo desafiaron a describir los restos del Templo de Salomón, ya que había estado en él. Durante su visita a Jerusalén, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) no se había fijado en los detalles, y no pudo responder al principio. Al-Bujâri y Muslim continúan su narración con las siguientes palabras del mismo Profeta: “Cuando los qurashíes me desmintieron, fui al interior del recinto de la Kaaba, y ahí Allah me hizo ver de nuevo el Templo de Jerusalén. Salí y se lo describí tal como había aparecido bajo mi mirada”. A pesar de ello, los idólatras siguieron afirmando que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) mentía o había sido víctima de una alucinación.

Los idólatras acudieron ante Abû Bakr, cuya sensatez y prudencia valoraban, y le contaron lo que andaba diciendo Muhammad, de quien se había convertido en seguidor. Esperaban que él se echara atrás y abandonara al Profeta, pero en lugar de ello, él dijo: “Yo digo que sus palabras son verdaderas, y lo sostendría aunque fuera más lejos en sus afirmaciones”. Por ello, Abû Bakr, que luego sería el primer califa del Islam, recibió el sobrenombre de asSiddîq, el que confirma a Muhammad (s.a.s.).

Ese mismo día, Ŷibrîl volvió a mostrarse a Muhammad (s.a.s.) y le detalló los actos que debían realizarse durante el Salât y su horario, quedando definitivamente establecido. Antes de esta institución, Sidnâ Muhammad (s.a.s.), siguiendo la tradición de Abraham, realizaba dos rak‘as al amanecer y otras dos al atardecer, en dirección hacia Jerusalén. Jerusalén siguió siendo la Qibla de los musulmanes durante algún tiempo, hasta que el Corán, tras la Hégira, ordenó orientarlo hacia la Mezquita Haram de Meca.

A algunos investigadores les gusta subrayar el aspecto humano de la vida del Profeta mostrando que él no hacía caso a los milagros, que renegaba de ellos y rechazaba a los que le pedían que los realizara. Él afirmó que los milagros estaban fuera de su alcance. Esos investigadores se refieren, para probar la veracidad de sus afirmaciones, a versículos del Corán, como uno en el que Allah dice: “Los Signos sólo los tiene Allah” (6/109). El lector acaba creyendo que la vida del Profeta (s.a.s.) estuvo muy alejada de los milagros que Allah utiliza para ayudar y animar a Sus Profetas auténticos.

Buscando las fuentes de estas afirmaciones observamos que proceden de ciertos orientalistas e investigadores extranjeros como Gustave Le Bon, Augusto Comte, Hume, Goldzeiher,… Razonaron de forma parecida para decir finalmente que cuando la fe entra en un alma, no son necesarios los milagros para confirmarla.

Los que deforman las ideas y siembran la duda en los espíritus han encontrado en los escritos de esos musulmanes un material que les abre nuevos horizontes en su tentativa de apartar a los musulmanes del Islam dispensándolos de tener que recurrir a su antiguo método, el de la guerra abierta al Islam para la implantación de una sensibilidad ajena a sus principios.

Se pusieron a divulgar ciertas cualidades del Profeta (s.a.s.) como el heroísmo, el genio, la autoridad,… haciéndolo en términos extremadamente elogiosos, insistiendo en los aspectos de su vida cotidiana que no tenían nada de extraordinario o milagroso. Querían con ello formar poco a poco en el espíritu de los musulmanes una nueva imagen del Profeta, la de un genio, un mentor de los hombres, o un héroe, pero nunca la de un profeta o un enviado de Allah. La profecía con sus cortejo de revelaciones, acontecimientos extraordinarios y aspectos misteriosos forma parte para esos pensadores de la mitología y las leyendas.

El genio y el heroísmo, a diferencia de la profecía, no tienen nada de milagro o legendario, y pueden ser atribuidos sin problemas a un ser humano particularmente favorecido por la naturaleza. Por ello, era natural atribuir el origen y el crecimiento del número de personas y de naciones que respondieron a la llamada del Profeta al genio humano de Muhammad. Ello autorizaba llamar a los musulmanes “mahometanos”, seguidor de Mahoma, nombre de Muhammad en una deformación malintencionada.

Intentemos desgajar la verdad en una investigación lógica y objetiva a fin de valorar la falsa imagen que esos pretendidos investigadores objetivos nos dan del Profeta.

Si tenemos en consideración que la Revelación es el factor que más influye en la personalidad de Muhammad (s.a.s.) y en la sucesión de acontecimientos durante su vida, descubriremos que la Profecía (Nubuwwa) es su rasgo más eminente. Pero lo que sea la Profecía sobrepasa con mucho nuestro entendimiento, que solo puede basarse en datos objetivos, mientras que la Profecía es un acontecimiento interno de una envergadura colosal que sólo conocen los que la han vivido: los profetas. Se trata de una Revelación trastornadora que rompe con las leyes habituales reconocidas por los seres humanos. La negación de los acontecimientos extraordinarios en la vida del Profeta implica la negación de la Profecía y de la Revelación. Rechazar lo inexplicable es cuestionar la Profecía en sí misma. Algunos investigadores avanzan sus premisas sin osar declarar las conclusiones implicadas en ellas. Se limitan a eliminar de la personalidad del Profeta todo elemento sobrenatural para centrar la atención sobre su genio, su coraje y su diplomacia. Pero el resultado se deriva necesariamente de la premisa.

Examinando la vida del Profeta (s.a.s.) y los sucesos que tuvieron lugar observamos que Allah realizó por medio de Su Mensajero un gran número de milagros que aceptamos pues nos han sido trasmitidos de un modo absolutamente cierto por una cadena de autoridades sobre las cuales se basa la Sunna, como el hadiz que relata la emanación de agua a partir de los dedos del Profeta (s.a.s.), recogido por al-Bujâri y Muslim en sus Sahîh y por Mâlik en su Muwatta. El Imam al-Qurtubi escribió: “La emanación de agua de entre los dedos del Profeta ha sido relatada por diferentes testigos y en diferentes circunstancias, respondiendo en todo a las exigencias y criterios de la ciencia”.

El hadiz de la escisión de la luna, acontecimiento extraordinario que realizó Muhammad (s.a.s.) en respuesta la demanda de los idólatras, fue recogido por al-Bujâri en el capítulo relativo a los hechos de la vida del Profeta, y por Muslim en el capítulo que consagra en su libro al Día de la Resurrección, y también fue recogido por otros trasmisores de hadices. Ibn Kazîr afirmó: “Ese hecho prodigioso fue recogido en varias ocasiones y a partir de fuentes fiables”. Los críticos del hadiz son unánimes: ese milagro se produjo en tiempos de Muhammad (s.a.s.). Las fuentes de información son numerosas y variadas.

Igualmente, el hadiz del Viaje Nocturno y la Ascensión está firmemente establecido. Los musulmanes están de acuerdo en que fue uno de los hechos más extraordinarios en la vida del Profeta (s.a.s.).

Es extraño que los admiten entre las cualidades del Profeta tan sólo su genio (basado en hadices), ignoren deliberadamente los hadices perfectamente autentificados, si bien las obras de hadiz hacen una extensa referencia a esos sucesos. es evidente que quieren evitar el estudio de esos textos porque contradicen claramente sus  teorías.

Sin duda, el término milagro (mu‘ŷiça) no es de valor absoluto, sino relativo y abstracto. Designa todo aquello que no es habitual, que está fuera de lo ordinario. Este concepto está sujeto a lo que se entiende por usual, a la evolución de la ciencia y al progreso de la cultura. Algunos fenómenos que antes pasaban por ser milagros son hoy hechos comunes. Lo que pasa desapercibido a ojos de una civilización desarrollada puede ser un milagro para una sociedad primitiva.

En árabe, un milagro (mu‘ŷiça) es un hecho sorprendente, uno que despierta la admiración y conduce a la reflexión. Los planetas, el movimiento de los astros, la gravedad, son milagros. El hombre en sí mismo, su sistema nervioso, su circuito sanguíneo, su alma, son milagros. Lo que sucede es que, a fuerza de costumbre, esos milagros pierden su fuerza, y los hace familiares. De ahí que el término mú‘ŷiça se aplique fundamentalmente a lo nunca vista, lo que está fuera del cuadro de lo que resulta familiar, lo que realmente conmociona al hombre.

Un poco de reflexión bastará para mostrar claramente al hombre que no resulta difícil al Creador del universo operar en él algunos cambios. El orientalista inglés William Johns es de la misma opinión al afirmar: “No es difícil al poder que ha creado el mundo añadirle una nueva regla o suprimir otra. La razón humana juzga en conjunto esa regla nueva como algo incomprensible, inconcebible, pero lo es mucho menos que la existencia misma del mundo”. Quiere decir que si el mundo no existiera y se le dijera a alguien que no cree en los milagros ni en los acontecimientos extraordinarios que un mundo como el nuestro iba a pasar a existir rechazaría la idea y su negación sería más categórica y radical que la del que niega otra cualquier  caso de milagro.

El Profeta -Sidnâ Muhammad (s.a.s.)- fue víctima de las persecuciones que los qurashíes lanzaron contra los primeros musulmanes. Intentó buscarles refugio primero en una localidad próxima a Meca, en Tâif, pero tras un primer contacto con sus habitantes tuvo que volver a su ciudad tras sufrir un rechazo frontal. Los notables de Tâif lanzaron contra él a los niños y a los locos, para que lo apedrearan, y tuvo que buscar refugio en un huerto privado donde se desmoronó y reconoció ante Allah su debilidad y su falta de fuerzas para servirLe adecuadamente. Esta rendición de Muhammad (s.a.s.), poniéndose en Manos de Allah, renunciando a sus propios recursos, es lo que lo convirtió realmente en alguien idóneo para trasmitir el Mensaje de la Unidad de Allah y la subordinación de la existencia a Su Verdad. Muhammad (s.a.s.), al fracasar en Tâif, pensó que habría disgustado a Allah, pero era todo lo contrario. Acabó la invocación que dirigió a Allah con las siguientes palabras: “Pero si Tú no estás airado contra mí, nada tengo de lo que quejarme”.

El Viaje Nocturno a Jerusalén y la Ascensión hasta el séptimo cielo fue la recompensa a ese abandono absoluto en Allah. Allah alzó a Muhammad (s.a.s.) -a causa de haber descubierto la verdadera magnitud de Allah en el sencillo acontecimiento que había tenido lugar en Tâif y a su sinceridad en él- por encima de todas las criaturas. Ese suceso extraordinario fue la demostración de que todos los sufrimientos anteriores, todas las persecuciones de las que fueron víctimas los musulmanes, no eran un mal signo, sino una senda sobre la que se depuraban de ataduras, incluso las que los ligaban a sí mismos, mostrándose en ello la Ley de Allah, Su Senda, la que han de seguir los que Le aman para hacerse merecedores de la Bondad Absoluta de Allah.

El hecho de que el Profeta (s.a.s.) emprendiera ese fabuloso Viaje Nocturno hacia Jerusalén y ésta fuera el punto de partida hasta las alturas más inaccesibles muestra claramente la importancia de la Mezquita Más Remota (al-Másŷid al-Aqsà). Ese centro espiritual de Jerusalén (que a su vez es ya de sí un centro espiritual) es el vórtice de la profecía. A él están asociados muchos de los grandes profetas mencionados en el Corán, y representa la coincidencia de todos ellos. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) se suma a los profetas de la humanidad, y con ello, aceptándolos a todos, se pone a su cabeza y los integra en sí. En Muhammad pasa a estar unificada la humanidad entera a causa precisamente de su amplitud infinita. El corazón de Muhammad (s.a.s.) abarcó en ese instante el universo entero, y, aún con espacio para más, ascendió hasta más allá de lo dado a alcanzar a los seres humanos, los genios y los ángeles. El Viaje Nocturno y la Ascensión, sobre la linealidad de la historia y la verticalidad del espíritu, lo hicieron Sello de  todo lo que le había precedido y clave para todo lo que habría de venir después de él.

Eligiendo la leche prefiriéndola al vino ante Ŷibrîl, el Profeta (s.a.s.) hizo un gesto simbólico significando que el Islam es la senda de lo innato, dicho en otras palabras: el Islam está en armonía perfecta, en sus enseñanzas teóricas como en las prácticas, con las auténticas exigencias de la naturaleza humana. Nada del Islam es contrario a la naturaleza humana en su autenticidad, y podría decir que el Islam, para la naturaleza humana, es como si fuera un vestido cortado a su medida, particularmente adaptado. Esto explica la rapidez con la que se difundió.

El Viaje Nocturno (Isrâ) y la Ascensión (Mi‘râŷ) fueron cumplidos espiritual y corporalmente, y los musulmanes, en la antigüedad y ahora, está de acuerdo al respecto. En su comentario a Muslim, an-Nawawi afirma: “La verdad que reconocen la mayor parte de los pensadores musulmanes tanto antiguos como modernos es que el Profeta (s.a.s.) hizo efectivamente el Viaje Nocturno desplazándose corporalmente, y de esto dan fe todos los testimonios que han llegado a nosotros de modo que se trata de una evidencia que no se presta a equívoco alguno para el que investiga y estudia”. Por su parte, Ibn Haŷar, comentando a al-Bujâri, escribió: “El Viaje Nocturno y la Ascensión tuvieron lugar durante una misma noche, corporal y espiritualmente. Esto lo confirman una masa de especialistas en la crítica del hadiz, así como los pensadores musulmanes que se apoyan en acontecimientos ciertos y no oponen problemas racionales a las  evidencias”.

El hecho de que los idólatras qurashíes dieran tanta importancia a ese acontecimiento extrañándose y desmintiéndolo con fuerza, prueba su veracidad y su autenticidad. Si el Profeta (s.a.s.) hubiera presentado la cuestión como el resultado de una simple visión mística, no hubieran actuado de esa manera.

Los musulmanes recogen toda esta información contrastando las fuentes y deduciendo sus implicaciones, todo ello desde una mentalidad en la que se reconoce como posible la intervención de Allah trastocando las reglas que parecen gobernar el universo, todas las cuales son, también, creadas por Allah. Son suyas, y Él es Libre en Su dominio. El Corán mismo dice: “Inasible a la imaginación humana es Aquél que hizo viajar de noche a Su siervo desde la Mezquita Haram a la Mezquita Remota, para mostrarle Sus signos…”.


Fuente: Del libro ‘Fiqh as-Sira’, del mismo autor

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