Por: Ian Dallas
Antes de que podamos comprender qué es un musulmán, primero debemos ser conscientes de en qué se ha convertido el hombre moderno. Es precisamente la ignorancia abismal del llamado hombre educado en nuestra sociedad lo que hace que la cuestión crucial de la existencia sea difícil de abordar. Maldecido con una coherencia verbal superficial, el hombre educado se siente con derecho a exponerse y expresarse infinitamente.
No es necesario poner trabajar el cerebro. Al contrario, es precisamente porque el hombre es una completa cristalización de la creación que en realidad todo lo que necesita está dentro de sí mismo. Simplemente debe aprender a permitir que ese conocimiento emerja de su propio ser a como los peces suben a la superficie en aguas tranquilas. Hasta que el hombre esté preparado para reflexionar, la palabra se explica por sí misma, no puede aprender. Esta es la enseñanza del Corán. La reflexión no es leer un artículo mientras se desayuna o se conmuta en el tren. Desayunar con algo de conciencia en uno mismo llevaría inevitablemente a una modificación en la dieta, en el caso de casi todos los lectores de este periódico. Es sobre este principio pragmático que la cuestión de aceptar el Islam comienza.
El hombre politizado está, según el Islam del Profeta árabe, viviendo en la ilusión. Esta enseñanza no es más que la perfección purificada y prístina de las enseñanzas de Moisés y Jesús, y de hecho de Krishna y Buda, quienes en su día y para su época delinearon la ciencia de la existencia y la naturaleza de la realidad. Una vez que la política es vista como la fantasía conceptual que es, y la calidad de vida del hombre en la sociedad política es reconocida por lo esclavizada y degradante que es, entonces el hombre puede comenzar a cuestionarse a sí mismo más profundamente. ¿Cuál es el propósito de la existencia? ¿Por qué estoy vivo? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Las respuestas a estas preguntas se experimentan en el Islam con la misma claridad que el desarrollo de un experimento químico tiene para el químico. En otras palabras, estas respuestas no son verbalizaciones o proposiciones como a las que se entregan los cristianos evangélicos, sino que son una visión directa y una saboreo de cómo son las cosas. El Islam es un camido de conocimiento. El medio para alterar nuestra conciencia de la existencia y salir del estado de sordos, mudos y ciegos en que se encuentra el hombre moderno -mentalmente perturbado en su ambiente contaminado- es alterar nuestro comportamiento. “El método”, dijo Muhammad, la paz sea con él, “es el comportamiento”.
Islam significa sumisión a la Realidad -aceptación- y la palabra paz deriva también de la misma raíz. El musulmán es aquel que se somete a la naturaleza de la realidad, a cómo son las cosas. Me hice musulmán cuando descubrí que significaba abrirse a la naturaleza plena de uno mismo, a la humanidad propia que contiene tanto lo visto como lo invisible. Es esta negación de lo invisible lo que conduce a la enfermedad mental, ya que es por nuestra obstinada negación a reconocer la “parte invisible” de nosotros mismos, y la represión de esta, que sus energías hacen que la mente invisible, pero sin embargo dolorosa, se escape al control.
El islam es anticonsumismo. Exalta la pobreza de todo tipo y advierte contra la riqueza excesiva y sus peligros. Encomienda los actos de generosidad, personales y en confrontación directa. Llama a alimentar al huésped y saludar al extraño. Propone la reticencia en el habla y ensalza el silencio. Honra la humildad, la sobriedad y la calma. Pero, sobre todo, llama al hombre a ser reflexivo sobre de sí mismo, sobre la creación y a reconocer al Uno que subyace en todos los fenómenos y acontecimientos. Los eventos no son para el musulmán los laberintos codificados de la “historia”, la coincidencia y los accidentes, sino que tienen un significado y un patrón de tal manera que, de acuerdo con la certeza del conocimiento, el patrón comienza a mostrarse. A partir de esto, debe quedar claro que no todo el que dice que es musulmán necesariamente lo es, pero si se adhiere a las prácticas básicas, sin embargo, tiene a su disposición el riesgo y la posibilidad de cambiar su comportamiento. Pero no es verdaderamente Islam hasta que el corazón se despierta, porque como el Corán enfatiza repetidamente, el verdadero asiento del intelecto es el corazón.
Como alguien que ha pasado gran parte de su vida entre aquellas personas que se consideran intelectual y creativamente como las mejores de nuestra sociedad, un día me di cuenta de que, a pesar de su coherencia verbal y su variedad de talentos, no tenían la menor idea sobre el negocio de vivir. Eran altamente tóxicas, llenas de ira, ansiedad, desconfianza y miedo. Cuando abrazé el Islam me encontré con hombres que rechazaban la reputación y el éxito, y que habían encontrado una armonía en la existencia que era equilibrada, económica, general y tranquila. Era suficiente que un hombre se sentara en su compañía para ser cambiado.
Islam no es, hablando con propedad, una religión; no existe palabra para ‘religión’ en árabe. La palabra es “deen”, que significa Juicio en el sentido en el que se usa en el I Ching, es decir, el cálculo de cuentas, la suma debida (a la realidad) y, porque esto es algo dinámico, el proceso o el método. El Islam es una ciencia de la existencia. El Islam es una antropología completa del hombre, mucho más profunda y de largo alcance que las complejidades torturadas del antropologismo académico. Esencialmente, es una alquimia secreta del yo, y al igual que el proceso alquímico, debe ser visto y experimentado externamente.
Fuente: https://www.nytimes.com Traducido y editado por NewMuslims.net