Hacerse musulmana, Ramadán y el terrorismo

Por: Lisa Suhay

Hace poco me hice musulmana, lo que parece poner a prueba la fe que mis amigos y vecinos han puesto en mí como la buena persona que siempre he tratado de ser.

Parece que ahora, durante el mes sagrado de Ramadán, es un momento tan bueno como cualquier otro para que tengamos lo que yo llamo “La charla Musulmana”.

Confieso: he pasado los años desde el 9/11 sintiéndome amenazada y con desconfianza al pasar por una mezquita. Me casé el 11 de septiembre de 1988. Soy nativa de Nueva York. Los ataques terroristas en 2001 fueron un golpe directo en mi ciudad natal, en nuestro 13 aniversario de boda. Hasta hace poco, yo era una de esas personas que miran de reojo a las mezquitas y las mujeres en hijab.

Sin embargo, al ver cuán virulentas e irrazonables eran las percepciones y el odio hacia los musulmanes después de las elecciones de noviembre, y la consiguiente prohibición de viajar a los musulmanes, me encontré defendiendo a los musulmanes. Pero la gente me decía que no sabía de lo que estaba hablando porque nunca había puesto un pie dentro de una mezquita.

Fui a la mezquita para aprender. Al hacerlo, mi ira, odio y frustraciones se evaporaron. Encontré mi paz con Dios donde debía de encontrarla.

Por lo tanto, reconozco la hostilidad de otros que actualmente toman mi elección como un ataque personal contra ellos, su religión y su forma de vida.

Pero todavía me frustra y choca cada vez que le digo a alguien que ahora soy musulmana y literalmente dan un paso hacia atrás.

Lo entiendo. Me están viendo a través de un nuevo filtro, un filtro mugriento y sucio que ha sido salpicado por los odiosos actos de personas que dicen ser musulmanes, aunque rara vez vayan a la mezquita. Acciones que son usadas por locos que siguen mi religión solo en nombre.

Las personas que conozco desde hace décadas de repente se sienten cómodas diciéndome cosas crueles. Lo justifican diciendo que mi creencia religiosa equivale a aprobar los actos repugnantes y despreciables de los enfermos mentales que comercian con el nombre de mi religión.

Les pido que se imaginen: ¿Qué pasaría si todos los asesinatos y atrocidades cometidos por un no-musulmán estuvieran en los titulares de los periódicos con “extremistas cristianos apuñalan a gente en autobús” o “extremista cristiano acusado de un ataque”.

Para responder a las preguntas más frecuentes: no estoy esclavizada, hipnotizada,  programada, ignorante, no he sufrido un lavado el cerebro, o soy traidora a mi género o soy anti-américa. Cambié de religión, no de cultura o las personalidad.

Hago la oración cinco veces al día (durante unos 5-10 minutos) siendo la primera sobre las 4 a.m. y la última en alrededor de las 10 p.m., durante todo el año.

No, no llevo una burka. Las únicas veces que llevo un hijab (un pañuelo) -una algo menor pomposa que la usada por la Primera Dama Melania Trump en su visita al Vaticano- son para la mezquita y para la oración. Si que me visto más modestamente.

Una amiga preocupada insistió: “Estas mezquitas están llenas de gente que planean la caída de América y la esclavitud de las mujeres”.

En realidad, las mezquitas en Norfolk y Virginia Beach están actualmente llenas de ayunantes, agotados, arrepentidos, gente que actúa con el bien y observand el mes sagrado del Ramadán. El mes de Ramadán es cuando el ángel Gabriel reveló el Corán al Profeta Muhammad (la paz sea con él).

El ayuno musulmán es un triple golpe de hambre, sed y privación del sueño durante el Ramadán.

A lo largo del Ramadán, nos levantamos alrededor de las 3 de la mañana para el suhur (nombre árabe para la comida que se toma antes del amanecer), la única comida y agua que nos sustentará ese día. Debemos de abstenernos de alimentos y bebidas (incluido el agua) desde el momento en que la llamada a la oración suena, alrededor de las 4 de la mañana, hasta después del atardecer. En Virginia, el Maghrib (la oración de la tarde en la que se rompe el ayuno) es alrededor de las 8:15 p.m.

Eso significa que no hay comida o agua de las 4 a.m. hasta después de las 8 p.m.

Cada noche, justo antes de iftar, la mezquita donde suelo ir a hacer la oración se llena con cientos de personas de India, Pakistán y Oriente Medio. Las mesas se sirven con botellas de agua, zumo, y cuencos de dátiles y sandía. En el momento en que el imán comienza el adhan, damos gracias y rompemos el ayuno.

Luego hacemos la oración de la tarde y todos se sientan a compartir la comida, normalmente cocina de Oriente Medio o India.

Un alboroto de color de los pakistaní shalwar kameez (túnicas), hijabs y kaftans fluye y fluye a mi alrededor mientras intento no engullir mi comida. Los niños juegan mientras nos reímos de lo duro que el ayuno fue ese día en el calor de Virginia mientras los vecinos hacían un barbacoa.

Después de comer, alrededor de las 10 p.m., muchos de nosotros nos quedamos para las oraciones del tarawih en las que un hombre que ha memorizado todo el Corán recita durante cerca dos horas, hasta alrededor de la medianoche. Permanecemos mientras él recita y nos guía en oraciones intermitentes.

Estamos demasiado agotados y tenemos el cerebro empañado por el hambre como para planear el derrocamiento de cualquier otra cosa que no sea la pobreza, la indigencia y el mal. Cualquier persona que hace cosas malas durante Ramadán y que se llaman a sí mismos “musulmanes”, son quienes están aislados de la comunidad y no la representan. Todos rezamos para que se detengan.


Fuente: http://pilotonline.com Traducido y editado por Nuevos Musulmanes

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