Autor: Tahia al-Isma’il, Shaykh Abdalhaqq Bewley, Hayy Idris Mears
Jadiya era una mujer hermosa e inteligente que había heredado una fortuna de su padre y de su anterior matrimonio. Jadiya era una mujer independiente, poseedora de un negocio próspero que administraba en persona en una época en la que la mayor parte de las mujers eran incapaces de llevar asunto alguno. Vario nobles quraishitas la había pretendido pero, con amabilidad y firmeza, los había rechazado. No obstante, el día que conoció a Muhammad sintió el flechazo del amor. El Profeta era una persona de carácter noble, pertenecía a la familia más noble de los Quraysh y era el consorte digno de tal dama. Ella, a su vez, era la única mujer que podía comprenderlo y ayudarle en las difíciles situaciones que le deparaba el destino.
Muhammad empezó encargándose del negocio teniendo éxito en sus responsabilidades como marido y como agente, pero Jadiya, perspicaz y comprensiva, pudo darse cuenta de que Muhammad no tenía el corazón puesto en el negocio. Al poco tiempo pidió a su marido que lo dejara para así entregarse a los largos meses de contemplación y adoración solitaria en la cueva de Hira, algo que él necesitaba hacer y que ella comprendía y apoyaba. Durante esos largo periodos de aislamiento, Muhammad solía olvidarse de atender sus propias necesidades, ocupándose Jadiya de enviarle alimento a la cueva.
Un día Muhammad regresó de la montaña temblando, presa de un estado de temor y sorpresa, y comenzó a relatarle a Jadiya una visión que había tenido. Dotada de una sabiduría más allá de lo ordinario, Jadiya entendió la naturaleza de las visiones de Muhammad y le confirmó diciendo que Allah jamás dejaría la locura apoderarse de un ser tan excepcional. Cuando el Profeta recibió la orden de propagar el mensaje recibido, jadiya fue la primera en declarar su creencia en Allah y en Muhammad, Su Mensajero. Jadiya fue, tras Muhammad, la primera musulmana en la faz de la tierra.
El Corán afirma que entre la mujer y el marido hay cariño y misericordia. Jadiya era la personificación del cariño y la ternura, y cuando comenzaron los años de lucha contra los idólatras, se mantuvo firma y segura al lado de su marido perseguido y humillado por todos. Vió como estaban sus vidas en peligro, le vio gastar sus fortunas en nombre de la nueva religión, y Jadiya lo aceptó sin vacilar, dándole ánimos, consuelo y ayuda. La esposa del Mensajero hizo que las responsabilidades parecieran livianas y las injurias triviales.
Jadiya permaneció al aldo de Muhammad durante los tres años de privaciones en las montañas, pero, al ser una mujer poco acostumbrada a tales dificultades, su salud se resintió y falleció poco después, dando palabras de ánimo a su esposo y confiando plenamente en su Señor.
Muhammad sintió la pérdida de Jadiya con enorme pena y dolor. El suyo había sido un amor profundo y elevado, un amor que no era de este mundo sino del que ha de venir, y durante el resto de su vida, Muhammad recordó y honró toda cosa o persona relacionada con su esposa. Nadie pudo ocupar el lugar ocupado por Jadiya. Véase sino lo que dijo Aisha: “Jamás he estado tan celosa de otra mujer como lo estoy del recuerdo de Jadiya”.
La unión de Muhammad y Jadiya duró veintisiete años. Era un matrimonio modélico, lleno de amor y respeto mutuo. Durante esos años el mensajero pasó de ser un hombre muy joven, sólo tenía veintitrés años cuando se casó con Jadiya, a convertirse en un profeta adulto y ponderado. La vida que llevó era similar a la de sus contemporáneos excepto en dos cosas; los largos meses de retiro en las montañas y el no casarse ni desear otra mujer que no fuera Jadiya. Esto era un hecho excepcional en una época en la que la mayoría de hombre tenían varias esposas y esclavas.
Fuente: Libro ‘La vida del Profete Muhammad’