Por: Redacción
En una época en que la felicidad parece estar más allá de nuestro alcance -o quizás en una nueva relación o bolso- Imam Ghazali nos recuerda que la felicidad interior es un reflejo de cómo y con qué alimentamos nuestros corazones. En su trabajo encontramos el esfuerzo de la conciencia: nuestra batalla interna no hace ruido y no tiene armas, pero es más importante en sus resultados que las batallas en que los bajas son numerosas y en las que corre la sangre.
Abu Hamid, Muhammad ibn Muhammad al-Ghazali (450-505 AH / 1058-1111 DC) fue un teólogo, jurista y filósofo Shafi’i de Tus (actual Irán) que escribió más de 70 libros sobre ciencia, filosofía islámica y espiritualidad.
Una de las obras principales de al-Ghazali es Ihya ’Ulum al-Din (El renacimiento de las ciencias religiosas). Su gran logro fue reunir la teología y la espiritualidad como una guía útil y completa de todos los aspectos de la vida y la muerte de los musulmanes. A través de sus escritos, es posible para la gente combinar la teología ortodoxa (Kalam) y la espiritualidad; es decir los lectores se familiarizan más con el “por qué” hacemos lo que hacemos en la medida en que la adoración es prescrita.
Para al Gazali esta es la receta para felicida, titulada ‘Kimiyya Sa’ada’, en la que describe y traza el camino: la alquimia de Sa’aada (felicidad).
Esta alquimia puede describirse brevemente como alejarse del mundo y acercarse a Dios, y sus constituyentes son cuatro:
-El conocimiento del yo.
-El conocimiento de Dios.
-El conocimiento de este mundo tal como realmente es.
-El conocimiento del próximo mundo tal como realmente es.
Imam Ghazali señala el simple principio de que, hasta que no sepamos algo sobre nosotros mismos, no podemos realizar nuestro potencial. Escribió que cada persona nace con un “conocimiento del dolol del alma” que resulta de la desconexión de la Realidad Última.
La condición trágica del Hombre es que nuestros ojos han estado tan distraídos por las cosas físicas y el placer, que hemos perdido la capacidad de ver lo invisible. Por eso las personas son tan infelices: están tratando de aliviar este dolor en el alma recurriendo al placer físico. Sin embargo, el placer físico no puede aliviar un dolor que es esencialmente espiritual. La única respuesta a nuestra condición es un placer que no proviene del cuerpo sino del autoconocimiento.
Este autoconocimiento no debe lograrse mediante el mero pensamiento o la filosofía, sino el recuerdo persistente de Allah (dhikra) y la autoconciencia en el culto ritual prescrito en la Sunnah de Muhammad, la paz sea con él.
Una de las características de al Ghazzali es que se burlaba de aquellos que pronunciaban frases vacías o sin significado; él prefería las historias, metáforas o alegorías que invocaban la luminosidad en nuestras mentes. Por ejemplo la historia de los artistas chinos y griegos:
“Una vez los chinos desafiaron a los griegos en la pintura. El sultán los convocó a unos edificios construidos con el propósito de servir de jueces. Se pusieron frente a él y les ordenó que mostraran pruebas de su habilidad. Los pintores de las dos naciones se aplicaron inmediatamente con absoluta diligencia a su trabajo. Los chinos buscaban y obtnían del rey una gran cantidad de colores todos los días, pero no así los griegos. Ambos trabajaban en profundo silencio, hasta que los chinos, con retumbe címbalos y trompetas, anunciaron el fin de su labor. Inmediatamente, el rey y sus cortesanos se apresuraron a su templo y se quedaron asombrados ante el maravilloso esplendor de la pintura china y la exquisita belleza de los colores. Mientras tanto, los griegos, que no habían tratado de adornar las paredes con pinturas, sino que trabajaron más bien para borrar todos los colores, apartaron el velo que ocultaba su trabajo. Maravillosamente, la variedad de los colores chinos se veía aún más delicada y bella reflejada en las paredes del templo griego, tal como estaba iluminada por los rayos del sol del mediodía”.
Imam al Ghazzali trata de esta manera de hacernos entender que el corazón no es solo un pedazo de carne a través del cual fluye nuestra sangre. El primer paso para el autoconocimiento es saber que estamos compuestos de una forma externa, llamada cuerpo, y una entidad interna llamada corazón o alma. El corazón es mucho más que lo que la ciencia materialista nos haría creer: el entendimiento correcto es que es nuestra ventana al mundo espiritual. Nuestras acciones, pensamientos, interacciones, otras facultades se reflejan en él (como en el muro griego) que determina nuestra felicidad en este mundo y en el próximo. Por excelencia, el Kimiya-yi Sa’ādat (persa) del Imam al Ghazali enfatiza la importancia de observar los requisitos rituales del Islam, las acciones que conducirían a la salvación y la evitación y eliminación de las faltas. Esto signifca la forma de pulir nuestro corazión para que se un reflejo de la luz Divina.
El camino a la felicidad o a saadah es el movimiento perpetuo y un trabajo constante y perseverante. Como dijo correctamente Sydney J Harris: “La felicidad es una dirección, no un lugar”. Por lo tanto, corresponde a todos los buscadores de felicidad mirar que alimenta nuestros corazones, qué reflejan nuestro corazones y en qué dirección estamos mirando. De hecho, volvernos hacia la Qibla y la Fitra a través de la oración, el ayuno y la paciencia nos da la fortaleza que ninguna ejercicio puede proporcionar.
Reconocer las enfermedades que nuestros corazones pueden albergar, ya sean celos, ira, odio, lujuria, ingratitud, egoísmo o avaricia, es una forma o autoconocimiento. Reconocer con sinceridad lo que realmente nos hace infelices en lugar de llenar el vacío con “cosas” y “sentimientos” nos permite resolverlos, e inevitablemente girar el picaporte de nuestro Hogar Eterno, Sa’adah – Felicidad.
Fuente: https://jamiat.org.za/ Traducido y editado por NewMuslim.net