Por: Shaij Abdalqadir
La ciencia de la Sunna es la ciencia de la práctica. La palabra Sunna, que significa “la Práctica”, procede de la raíz SNN: “formar”, “dar forma”. No es ni más ni menos que la forma del hombre, esto es, el hombre como organismo social vivo, el hombre en su totalidad. Antes de poder abrirse a esta realidad que es totalmente orgánica, física y metafísica, hay que eliminar cualquier idea mecanicista o legalista perteneciente al ámbito judío o cristiano. El resultado final de esta realidad es una criatura humana espontánea, en armonía con su propia creación; lo opuesto a un animal inhibido o controlado externamente.
El error de los judíos no fue que fracasaran a la hora de obedecer la Ley, sino que cambiaron lo que era una Ley científica acerca del hombre (es decir, si haces esto ocurre aquello) por una estructura legalista exterior para e impuesta sobre el hombre. El error de los judíos hizo inevitable que cuando apareció la realidad existencial de la legitimidad en su sentido orgánico, el Mesías, no fueran capaces de reconocerlo. Estaban tan inmersos en la teoría, que no pudieron identificar la práctica en un ejemplar vivo y perfecto.
El error de los cristianos fue precisamente lo contrario: estaban tan decididos a sacralizar el aspecto metafísico de la naturaleza humana, estaban tan atemorizados de perder el secreto de la gloria del hombre, que se sintieron obligados a sacralizarla en un Misterio, tanto en sus símbolos como en sus rituales, lo que permitió que sus protectores se convirtieran en una elite cuya única razón de ser fuese la de guardar el Secreto, hasta el punto que con el tiempo, estas mismas personas ya no se sintieron obligadas a responder a las obligaciones sociales de la enseñanza, convirtiéndose entonces en gentes inmorales y corruptas en nombre del Maestro perfecto.
Estas dos actitudes son lo que debe entenderse por “religión”, son las formas que unen (religio) a la gente bajo una explotación que, inevitablemente, producirá la tiranía.
El Islam está basado en la realidad y supremacía de esta Sunna, esta forma del yo del hombre que nos indica que existe un patrón de comportamiento para la especie humana dondequiera que ésta exista sobre la faz de la tierra. Es importante comprobar que uno de los escollos con los que se encuentra la gente que se acerca a la experiencia del Islam, es la sensación de que se trata de algo que pertenece a la cultura del desierto, o que es la cultura del desierto en sí, y en consecuencia, no transferible a otras sociedades.
Más irónico aún es que los pseudo-sufis digan “nosotros en Occidente”, como si debido a razones culturales nosotros estuviésemos en una situación especial que, en cierto modo, nos hiciera diferentes y, por implicación, superiores a los demás. Es como si la complejidad de nuestros usos sociales y la excesiva densidad de nuestro vocabulario post-científico y plagado de nombres, nos hiciera superiores o más inaccesibles a la “sabiduría antigua”.
La Hikmat, la Sabiduría, no es cultura ni se convierte en cultura. La cultura no es más que la realidad ilusoria que uno confiere a las formas dinámicas de los logros y actividades transitorias de la propia sociedad, además de las sombras de las formas mentales que nos han hipnotizado: cambios culturales, decadencias y renovaciones. El Islam no hace más que seleccionar y simplificar la situación cultural, eliminando las peores excrecencias de la fantasía, tales como la quema de la viuda en la pira de su marido, hecho que aparece en la fase decadente de la cultura espiritual Hindú.
Por otra parte, Islam purifica las prácticas más nobles, como por ejemplo los antiguos ritos del Hayy. La prueba de la Sunna, como patrón profundo y antropológicamente efectivo para el hombre, puede verse cada año en el Hayy donde gentes de las culturas más dispares se reúnen socialmente, unidos espiritualmente por su adhesión, en grados reconocibles, a la vasta Sunna de Muhammad la paz sea con él.
La prueba de la ignorancia de esta época y de la barbarie que envuelve a nuestra sociedad, puede descubrirse en el imperioso deseo que los modernos estados Musulmanes tienen de dejar a un lado la totalidad del modelo de la Sunna, al tiempo que intentan reducir el Islam a una especie de partido político cuyo número de socios dependería únicamente de las cinco oraciones rituales y no de la completa transformación externa e interna que ocurre cuando el hombre comienza a absorber la Sunna, abriéndose así a su propia humanidad y a su propio Califato.
Esto es aún más trágico si se contempla la situación de los, así llamados, intelectuales de la sociedad Occidental. A pesar de ese colmo de la pesadez que es la pesadilla estructuralista derrumbándose sobre sí misma, algunos antropólogos han comenzado a reconocer la necesidad de lo que llaman un “canon” de conocimiento, canon al que antes se tuvo acceso pero que ahora perdimos definitivamente. El punto de vista del musulmán es que nosotros mismos somos ese canon, puesto que si no estuviese en nosotros ¿cómo podríamos reconocerlo cuando apareciera frente a nosotros?
A la esposa del Mensajero, Aisha, una Mujer Perfecta según el propio Mensajero (perfecta en su comprensión metafísica total de lo que es una criatura humana) le preguntaron cómo era su marido; ella respondió: “¡Era el Corán andando!” Dicho con otras palabras, era el Libro. Era su propio Libro. Los dos nombres del Corán, al-Quran y al-Furqan, significan la reunión y la discriminación. En consecuencia, el hombre completo es una reunificación de ese canon total de conocimiento que indica al hombre su lugar en el Universo de estrellas, abriéndole internamente a la Unión con la realidad del Cosmos. Al mismo tiempo, el hombre completo es una separación, una discriminación en el mundo dual de la naturaleza, día y noche, frío y calor, verdadero y falso.
Esta es la razón por la que en la ciencia de la antropología original y completa, que trata del estudio del hombre, basta con el estudio de uno mismo para poder entender la situación cósmica total de la especie. Tú eres el hombre total, pero no tal y como eres ahora. Muhammad es la medida del hombre. El es al-Qauzam, el hombre totalmente perfecto, o como lo llaman los Sufis, al-Insanul-Kamil.
Fuente: Extracto del libro ‘El camino de Muhammad‘, del mismo autor, del capítulo “La ciencia de la Sunna”