Por: Redacción
Numerosos estudios, muchos realizados por agnósticos, han demostrado un estrecho vínculo entre las prácticas espirituales y la felicidad.
Las personas que que tienen una creencia religiosa y se guían por ella parecen ser más felices que las que no lo hacen, y una investigación reciente sugiere que esto no se debe simplemente al aspecto social.
Es posible que el aspecto clave que subyace al impulso de la felicidad es la orientación hacia un mayor significado, sentido en la vida y propósito final. Muchos filósofos han propuesto y defendido el vínculo entre la felicidad y este propósito mayor o significado.
Este es uno de los temas principales de el filósofo islámico al-Ghazali, quien escribe que cada persona nace con un “dolor consciente en el alma” como resultado de una desconexión de la Realidad Última.
La condición trágica del hombre es que nuestros ojos están tan distraídos por las cosas físicas y el placer, que hemos perdido la capacidad de ver lo invisible.
Es por eso que las personas son infelices: están tratando de aliviar este dolor en el alma recurriendo al placer físico. Pero el placer físico no puede aliviar un dolor que es esencialmente espiritual. La única respuesta a nuestra condición es un placer que no proviene del cuerpo sino de un lugar más profundo dentro de nosotros.
William James, psicólogo y filósofo del siglo XIX, escribe que las personas más felices son aquellas que han pasado por un intenso período de sufrimiento marcado por la búsqueda de un significado más profundo en sus vidas. Llama a estas personas las “nacidas dos veces” y toma como ejemplo al novelista Leo Tolstoi.
James explica que el exitoso esfuerzo del novelista ruso para restablecerse su propia salud mental le llevó a algo más que a regresar a su condición original. Los “nacidos dos veces” alcanzan un plano nuevo y superior: “El proceso es uno de redención, no de mera reversión a la salud natural, y la víctima, cuando se salva, se salva por lo que le parece a esta un segundo nacimiento, un tipo de conciencia más profunda de ser de lo que tenía antes” (p.157).
Esta sensación de “nacer de nuevo” es característica de las experiencias religiosas y místicas, pero puede extenderse a cualquier experiencia en la que haya una fuerte sensación de renovación después de un evento trágico.
Esto a menudo ocurre como resultado de una enfermedad grave o una experiencia cercana a la muerte. Un ejemplo de esto podrían ser muchos de los niños con cáncer terminal en el Hospital St. Jude para Niños. En lugar de estar derrotados por su enfermedad, culpando a Dios o al mundo, exhiben un tremendo entusiasmo por la vida y un optimismo de que “todo será lo mejor”.
El psicólogo austríaco Viktor Frankl construyó toda su escuela de psicología en función al principio de que el ser humano necesita un ‘por qué’ y que si tiene ese ‘por qué’ puede aguantar casi cualquier ‘cómo’. Y esto lo observó mientras estaba interno en los campos de concentración Nazi y lo puso en práctica más tarde en su clínica para ayudar a gente.
Lo que queda claro entonces es que tener un sentido en la vida, significado y propósito es una condición casi sine qua num a encontrar felicidad. Y la forma de tener sentido y significado es creer en algo.
Y si vamos a creer en algo, pues entonces que sea en la Verdad.