Autor: Abdalhaqq Bewley
Como ya hemos visto, donde quiere que nos fijemos en el universo vemos que existe un orden natural y un equilibrio y que todo juega su papel a la hora de mantener esta forma de existir. Es un orden dinámico y fluido, con un movimiento continuo y el consiguiente reajuste de fuerzas externas e internas. Y en todo esto, el ser humano y lo que hace es lo único que parece ser estridente y disonante. Otra cuestión que se pone de manifiesto cuando nos fijamos en los fenómenos naturales, es que todo está determinado; no existe la posibilidad de elegir. Una estrella no tiene más remedio que comportarse de esa manera. Los planetas no pueden elegir su órbita. Lo mismo se aplica al mundo vegetal, mineral y animal que está en la superficie de la tierra. Un narciso no puede convertirse en una rosa. Un asno no puede transformarse en un corcel.
Cada criatura está limitad y definida por lo que es, está obligada a ser lo que es. Y el equilibrio universal se mantiene gracias a cada criatura y a cada forma de ser particular. Todo se somete al orden universal y juega su propio papel para preservarlo; el hombre es el único caso que parece ser la excepción de la regla. Pero es, precisamente en esta contradicción aparente, donde se encuentra la indicación de nuestro papel en la existencia.
Es un hecho evidente que no hay nada fortuito en la existencia. Lo que hemos comentado ha sido demostrado por las investigaciones más reciente en todas las ramas de la ciencia: cada organismo, cada forma, cada partícula, por minúscula que se afecta a la totalidad del entorno. Decir pues, que en el caso del ser humano ser alteró esta ley universal que de repente “se estropeó el asunto”, es absolutamente inconcebible. Es más bien justo lo contrario: esta capacidad de ir en contra del orden natural de las cosas es lo que contiene la clave del propósito de la existencia humana. Nuestro papel en la existencia es poder elegir entre reconocer, someterse y desempeñar nuestro papel en el sostenimiento del orden y el equilibrio natural del universo o ir en su contra y alterarlo.
Esto significa que hay una gran diferencia entre el ser humano y las demás formas de existencia. El resto de las criaturas cumplen perfectamente con su cometido, conscientes de lo limitado de su función y su propio entorno. Esto se aplica desde la forma mineral más densa a la forma de vida animal más elevada, desde la partícula más minúscula a la mayor de las masas. Entre el hombre y el resto de los animales hay un salto tan inmenso como el que existe entre los animales y la vida vegetal o incluso mayor.
Esto se debe a que la criatura humana es capaz de hablar, somos las criaturas del lenguaje.
Fuente: Tomado del libro “Islam: Creencias y prácticas básicas”.