Autor: Nevzat Savas
La maldad que campaba a sus anchas por el mundo oía estas palabras y las temía. Las palabras de Amor de Noé destronaban el odio de Iblis. Hubo diferentes reacciones ante el mensaje de Noé. Sus palabras ayudaban a los pobre, a las víctimas, a los desamparados; resolvían sus problemas y curaban sus heridas abiertas. Solamente estos grupos aceptaron a Noé.
Pero los poderosos, los que explotaban a su pueblo, los gobernantes crueles sospechaban de Noé. No les agradaban sus palabras. No querían que él impidiera la táctica que extorsionaba y perjudicaba al pueblo. Por eso lucharon contra Noé. Lo indicaron así: “Dices que eres un profeta, pero eres un hombre como nosotros, no existe ninguna diferencia entre nosotros”.
Noé no decía sino esto. Sí, era un hombre, un ser humano. Dios elegía a sus Mensajeros de entre los humanos porque ellos eran quienes vivían sobre la faz de la tierra. Si vivieran ángeles en el mundo, Dios escogería un mensajero de entre los ángeles. Entonces ¿podrían los humanos actuar como los profetas si esto fueran ángeles? Un ángel no come, no bebe ni duerme ¡Cómo podrían entonces vivir como un ángel!
Dios elegía a su Mensajero de entre los seres humanos. El mensajero vivía como unos más: comía, bebía, trabajaba y descansaba, paseaba por las calles e iba al mercado. Pero siempre llevando el recuerdo Divino en su corazón. El mensajero tan solo veía un problema: la obediencia de la humanidad hacia Dios. También se alegra cuando un ser humano es musulmán. Los profetas son las estrellas del horizonte del espíritu humano. Son como los ángeles del mundo, pero son humanos.
La lucha entre Noé y los incrédulos seguía de modo insistente. Señalaron estos últimos:
-Como ves, no te creen sino los pobres y los vagabundos del pueblo,
Noé respondió:
-Ellos creen que Dios existe y que es un Dios único, por lo tanto tienen un estatus superior a los demás.
Entonces intentaron acordar un trato:
-Dices que eres un profeta y quieres que te creamos, entonces, tienes que expulsar de aquí a los pobres. Somos los señores del pueblo y somos superiores a los demás, nuestra riqueza nos otorga poder. Es imposible que estemos juntos en el mismo camino.
Noé escuchó largo y tendido a los que no le crían. Pero no se enojó con ellos y habló con tranquilidad ¿cómo podía rechazar a los creyentes solo porque eran pobres y débiles? Ellos eran criaturas invitadas en la casa de Dios, que era un océano de misericordia. Él tiene piedad con quien quiere y nadie puede intervenir en Sus actos. La discusión verbal se alargó mucho. Noé refutó las ideas que defendían los incrédulos: no pudieron decir nada más que fuera razonable. Entonces empezaron a insultar y amenazar a Noé diciendo:
-Eres un loco, dices tonterías y estupideces.
Noé les respondió de manera educada:
-¡Pueblo mío! No soy un loco ni digo tonterías. Soy el mensajero de Dios que es el Señor del Universo. Mi misión es llamaros al camino recto, haceros recordar lo que habéis olvidado y aconsejaros el bien. Más aún, sé por intervención de Dios lo que no sabéis.
Fuente: Libro: ‘Los Profetas; Estrellas que iluminan el horizonte humano’.