Autor: Nevzat Savas
Noé los llamó durante meses, años, noche y día. En público y en privado, a veces más dulcemente y otras no tanto. Su objetivo era despertar sus cerebros entorpecidos y e iluminar los corazones aletargados. Les mostró los fantásticos milagros del Cielo y la Tierra: la luna, el sol, las estrellas, los ríos y los mares. Contó que todo el universo estaba lleno de las luces de los milagros divinos y eternos.
Noé era muy persuasivo, tenía el don de la palabra. Lograba convencer a todo aquel al que se dirigía. Los incrédulos no podían responderle porque decía la verdad. De todos modos no quería obedecer a Dios y por eso empezaron a evitarlo para no encontrarse con él en cualquier lugar.
Cunado Noé los llamaba al recto camino hacía oídos sordos a sus palabras. No creyeron ni tampoco quisieron creer.
Transcurrieron novecientos cincuenta años pero no pasó nada. No aumentó el número de creyentes. Aunque la situación entristecía a Noé siempre estaba lleno de esperanza. Llamó a su pueblo al recto camino sin cesar y ellos se obstinaron en no aceptarlo, fueron altivos e insolentes.
Noé estaba triste pero no desesperado puesto que un corazón creyente nunca cae en la desesperación. Habían pasado novecientos cincuenta años de su vida —quizás la vida humana era muy larga en la época anterior del Diluvio Universal o era un beneficio otorgado tan sólo a Noé— y no desistía en su intento.
Por fin, Dios reveló a Noé que creerían los que ya creían y nadie más de su pueblo se uniría a ellos y que no se afligiera por eso. Entonces Noé abrió las manos y pidió a Dios: “¡No dejes a ningún infiel vivo en la Tierra!”
Dios respondió al rezo de su Mensajero y le mandó construir una gran embarcación: el Arca de Noé (nombre establecido por la tradición judeocristiana en castellano). Noé plantó árboles para emplearlos en la construcción de la nave. Pasaron los años, cortó los árboles y los convirtió en traviesas y listones. Empezó a construir la nave. La construcción duró muchos años debido a su inmenso tamaño. Por fin, después de mucho tiempo, terminó de construirla, tenía una eslora y una manga de enormes dimensiones y un puntal con una altura de tres cubiertas. En la primera cubierta Noé colocó a los animales, a los humanos en la segunda cubierta y a las aves en la tercera. Había una puerta con un revestimiento en una banda de la nave. Noé construyó la embarcación tal y como le había inspirado Dios.
Toda la Tierra estaba árida a causa de la sequía; pasaron los años pero no llovía. Se secaron las fuentes y los ríos. Lo que es más, no había un mar próximo.
Cuando los incrédulos se aproximaban al bosque veían que Noé construía la nave y se burlaban de él:
— ¿Vas a hacer navegar el barco en las secas rocas? ¡Eres un loco! — decían y se echaban a reír.
Finalmente, la construcción del barco llegó a su fin y un día, de repente, del horno en la casa de Noé empezó a salir agua. Era el comienzo del Diluvio. Noé embarcó a una pareja de ambos sexos de cada especie animal: un león y una leona, un elefante y una elefanta, etc. Noé había construido jaulas para guardar a los animales salvajes. Después de cargar a todos los animales, embarcaron él y los creyentes, que eran unos pocos.
A Noé le entristecía especialmente que su propia esposa y su hijo no creyeran en Dios. La única condición para embarcar en la nave era la obediencia. Noé les dijo: “¡Embarcad en la nave! ¡Que navegue y nos lleve a buen puerto en el nombre de Dios!”
Pero, ¿cómo pueden ver los que están en el pantano de la desobediencia la verdad? No embarcaron porque no creyeron en Dios y le dieron la espalda al Gran Salvador. Y el Diluvio comenzó…
Fuente: Libro: ‘Los Profetas; Estrellas que iluminan el horizonte humano’.