Autor: Nevzat Savas
Empezó a rebosar agua de todas las grietas de la Tierra y llovía del cielo una cantidad de agua nunca vista hasta entonces. Se inundaba la Tierra y se vaciaban los cielos… Como si hubieran sido perforados. El agua que cubría toda la Tierra empezó a subir de nivel.
Noé llamó a su hijo sintiendo compasión paternal:
— ¡Hijo mío! ¡Sube con nosotros, no estés con los incrédulos!
Solamente los que tenían fe en Dios podían embarcar, por eso, antes de todo, Noé quiso que su hijo obedeciera a Dios. Pero su hijo dijo:
— Me refugiaré en una montaña que me proteja del agua.
Pero en aquel día no había protección para nadie sino para aquellos de los que Dios tenga piedad. Aquel fue el día del tormento… Es el día en el que llovió el enfado de los Cielos y la Tierra para todos los incrédulos.
Más tarde, unas olas enormes se interpusieron entre ambos. El joven intentó protegerse en lo alto de las rocas pero nada podía impedir la cólera de los mares. Una ola tan grande como una montaña golpeó la roca donde estaba el joven y se lo llevo consigo. Nadie podía salvarse excepto aquellos que Dios protegiera. La Ira Divina había empezado.
El agua subía y se convertía en torrentes… Subió y engulló las grandes montañas y cubrió toda la Tierra convirtiéndose en un gran océano con olas como montañas. Los creyentes en la nave empezaron a rezar y pedir la piedad divina.
No quedó nada vivo en la Tierra excepto las criaturas de la nave. Es muy difícil imaginar la grandeza y el horror del Diluvio. Era horrible, una catástrofe increíble que mostraba la Cólera y el Poder Divinos. La embarcación de Noé seguía su rumbo luchando contra olas como montañas.
No sabemos cuánto duró el Diluvio. Un día Dios mandó al cielo que se despejara y a la Tierra que absorbiera el agua. Dispuso que la nave se posara sobre la montaña de Yudi. Noé mandó una paloma para que inspeccionara los alrededores. La paloma regresó llevando en el pico una rama de olivo. Noé comprendió que el Diluvio había terminado y que la Tierra se tranquilizaba.
Sí, había terminado el Diluvio y los días llenos de temor habían quedado atrás. A Noé le entristecía que su hijo no hubiera creído en Dios, lo había perdido. Abrió las manos y suplicó a Dios por su hijo:
— ¡Señor mío, Tú que eres el Grandísimo! Mi hijo era parte de mi familia. Lo que Tú prometes es verdad y eres el Soberano de los soberanos.
Dios había prometido proteger a la familia de Noé. Su hijo era de su familia también. Dios dijo:
— ¡Noé! Él no pertenecía a tu familia y sus actos no eran rectos. No creyó en Dios. Prefirió estar en las tinieblas de la desobediencia.
Sí, su hijo no podía pertenecer a su familia porque rechazó creer en Dios. Para pertenecer a su familia no eran suficientes los lazos de sangre, su hijo tenía que tener una relación de fe con su padre. La verdadera familia de Noé eran los creyentes.
Noé se arrepintió de sus expresiones y pensó que se había equivocado. Lloró, suplicó y pidió perdón días y días. Dios le perdonó y tuvo piedad de él.
Después, le mandó descargar todo lo que había en la nave. Noé dejó a los pájaros y el resto de animales en libertad. Desembarcó y se postró. La Tierra todavía estaba mojada. Tras el rezo, decidió construir una mezquita en la tierra y sin perder tiempo empezó a trabajar. Sería la primera mezquita en el mundo tras el Diluvio. Encendió el fuego y se sentaron todos alrededor del fuego. Estaba prohibido encender fuego en la nave porque una llama podía quemar toda la nave. Hacía varios días que nadie comía caliente. Prepararon comidas sobre el fuego, comieron, conversaron y se divirtieron.
Ya no temían. Hablaban en voz alta. Las sonrisas se convertían enrisas que iluminaban los rostros. Pero, no mucho antes, cuando estaban en la embarcación se callaban y guardaban horas del silencio más absoluto, un silencio sepulcral. La Majestad Divina durante el Diluvio les había enmudecido pero ahora tenían caras iluminadas. Así empezó una nueva vida en el mundo…
Corrieron los años… y un día Noé sintió que moriría muy pronto. Reunió a todos sus hijos y les dijo:
— ¡No abandonéis la obediencia a Dios!
Fuente: Libro: ‘Los Profetas; Estrellas que iluminan el horizonte humano’.