El Corán al-Karîm es mucho más que un libro. En sí, es todo un camino. Sentarse a recitarlo es dar pasos en el sentido que marca. El Corán es un sonido que tiene por oído su propia fuente, tiene en Allah -es decir, en Aquél que lo ha pronunciado-, tiene en Él (s.w.t.), a su oyente. Sumergirse en la recitación del Corán es acompañarlo en un viaje de vuelta, es hacer de él un guía hacia Allah, hacia Aquél que está en lo más profundo de todo lo que existe. Es por ello por lo que ese acto sencillo está revestido de una trascendental importancia para los musulmanes. Se trata de una práctica que debe ser diaria para que la insistencia ejerza sobre el ánimo sus efectos beneficiosos. Cada vez que los labios pronuncian algunas palabras del Noble Corán, su resonancia mágica sacude al lector en sus adentros y despierta algunas de sus capacidades más dormidas. Despierta en él, fundamentalmente, su necesidad de Allah, su necesidad de ser llenado por lo infinito y lo eterno. El Corán, sin duda, tiene un poder hipnótico: su mismo lenguaje, muchas veces laberíntico, hace al ser humano que se adentra en él perder las referencias, perder sus hábitos adquiridos para analizar la realidad, y no le queda más remedio entonces que dejarse llevar por el sonido mágico hasta donde éste le conduzca.
El Corán debe ser recitado y debe ser memorizado. Debe ser memorizado para que podamos integrarlo en nosotros, para que nos reconduzca por entero hasta Allah. Llevar el Corán dentro es poseer un poderoso talismán: ¿cómo podríamos entonces ser derrotados o destruidos? Los maestros del Islam siempre han sabido que el Corán integrado así, pasa a circular por las venas, se confunde con nuestra sangre, con nuestra carne y nuestros huesos. ‘ Aisha (r.a.) dijo de Rasûlullâh (s.a.s.): “Él es el Corán andando”. Y Rasûlullâh (s.a.s.) nos enseñó que el Corán había sido revelado a su corazón, es decir, el espacio que le corresponde es el del interior del ser humano. Cuando llevemos el Corán en nuestros adentros y lo reciten nuestras lenguas, entonces, todo se conjuga en la perfección de un universo personal en el que todo confluye y se unifica.
Ante el Corán hay que sentarse con profundo respeto y debe ser así porque el Corán es una llave que abre una puerta misteriosa, una puerta hacia la inmensidad de Allah. Imán al-Ghazzali nos dice que debemos dejar que el Corán se agrande ante nuestros ojos y en nuestros pensamientos, debemos permitir que recupere su dimensión gigantesca para que quepamos por él hacia Allah. El desprecio empequeñece las cosas mientras que el respeto, el ádab, las engrandece. Cada signo de respeto hacia el Corán no es superfluo, al contrario, en la manera de hacer operativa nuestra intención. y del mismo modo en que el respeto, la memorización y la recitación perfecta son las claves para que el Corán produzca en nosotros sus saludables efectos, sus contrarios nos apartan de todo lo bueno. La falta de respeto, el olvido y el abandono nos aíslan de Allah, nos condenan a la escasez y a la privación. Por ello, es necesario que recuperemos el Corán. Es del todo necesario que los musulmanes volvamos a aprender a leer el Corán como debe ser leído, es del todo necesario que descifremos el arcano de su gran secreto, porque cuando lo descifremos estaremos abiertos a él. Mientras no sepamos cuál es su grandeza no será más que un montón de papel aparcado en cualquier estantería. El Corán es una bomba de relojería siempre dispuesta a estallar y un detonante es la lectura correcta. ¿A qué llamamos lectura correcta? Llamamos así a la lectura que es capaz de asumir la profundidad del mensaje coránico. Y su profundidad está en lo más evidente del texto, en su afirmación constante y repetida de la Unidad de Allah.
El Tawhîd, explicado por el Corán desde todas las perspectivas, es la balanza con la que el musulmán debe medirlo todo. Entonces es cuando descubre las cosas que tienen importancia y las que no la tienen. El Tawhîd del Corán es una poderosa luz que pone cordura en la vida del ser humano. Es decir, el Corán sabe recomponer a esa criatura despedazada y repartida entre mil enemigos. El Corán te recompone, te da luz y te proporciona salud y juicio. Y no solo a ti, sino que es capaz, como lo ha hecho, de construir una nación entera, la Umma. El Corán, que no tiene detrás de sí a ninguna iglesia ni ningún cuerpo oficial de doctores e intérpretes, se ha infiltrado hasta el último resquicio del Islam y le ha dado forma, y lo ha conectado con un universo profundo de significados inmensos. Ese es el Corán que debemos recuperar, el Corán que debe ser leído con una atención que nos lo descifre. Y es que el Corán funciona en el seno de una relación dialéctica, se agranda conforme te agrandas, penetra en ti conforme te abres a él, y cuando se produce el último encuentro resulta que te has convertido en algo semejante a Rasûlullâh (s.a.s.), te has convertido en un Corán que anda.