Autor: Sheij Abdalhaqq Bewley
“Si sois desagradecidos, Allah es Rico y no os necesita y no le gusta de Sus siervos la ingratitud. Pero si agradecéis, os lo aceptará complacido” (Sura de los Grupos, 39:7)
La ingratitud es una de las cualidades perniciosas cuya presencia impide que los corazones tengan consciencia de su señor. Se manifiesta como un descontento con lo que nos ha tocado vivir y las circunstancias en las que nos encontramos. Esto demuestra una profunda ignorancia con respecto a la naturaleza de la existencia, porque pensamos que las cosas deberían ser de manera diferente a como Allah ha decretado que sean, y también implica que uno lo haría mejor que el creador del universo.
La verdad es que todo lo que tenemos es un regalo de Allah, tanto la existencia como el sustento; pero nuestra tendencia es atribuirnos las cosas que nos gustan y todo lo que nos disgusta se convierte en una razón para quejarse.
“Si le hacemos probar al hombre una misericordia procedente de nosotros y luego se la quitamos, se queda desesperado y es ingrato. Pero si le hacemos probar la dicha después de la desdicha que le tocó, seguro que dice: Los males se han ido de mí. Y está contento, jactancioso” (Sura de Hud, 11:9-10).
Es importante destacar que la palabra árabe para ingratitud es kufr, la misma palabra que se traduce a menudo como incredulidad. La raíz de este término fundamental significa “encubrir o tapar” y, en el contexto de la incredulidad, equivale a “encubrir las bendiciones de Allah”, es decir, ser ingrato. Llevado a su punto más extremo significa también rechazar. Este rechazo de lo Divino tiene como punto de partida la mera ingratitud.