Autor: Muhammad Mujtar Medinilla
Carta abierta al grupo de mujeres musulmanas de Granada que se unieron en la tarea de atender a sus hijos pequeños
Pretenden ser estas letras un entrañable reconocimiento al esfuerzo desarrollado estos últimos años en una experiencia que no por limitada deja de ser de enorme importancia. Consciente de la máxima tan española: “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, y testigo como he sido de sus vivencias, creo necesario destacar el valor de este tipo de acciones, que pasan casi siempre desapercibidas al conocimiento del gran público, e incluso a veces ante los propios ojos de las personas más cercanas.
Hace ya muchos años, oír decir a Sheij Dr. Abdalqadir as Sufi que los niños pequeños compensan de alguna manera el enorme esfuerzo y las fatigas de sus madres para con ellos durante el embarazo, nacimiento y cuidados de su niñez, con su especial cercanía al no-visto en sus primeros años. Y cómo muchas de ellas pierden esta posibilidad de proximidad al mundo angélico apartando a sus hijos y llevándolos a las guarderías y escuelas infantiles. Con lo que la oportunidad de la primera y más trascendente transacción en la vida de un niño, absolutamente justa en su naturaleza, se malogra, significando/suponiendo, ya desde el principio, una ‘pérdida’ en la relación de una madre con su hijo.
No es nada fácil nadar a contracorriente, aun cuando sepas que el empuje de la corriente mayoritaria nos lleve al desastre; sobre todo en un país que está a la cabeza en Europa en matriculación preescolar, además de aparecer en todas las encuestas como los más firmes partidarios de adelantar la educación obligatoria a los tres años de edad. Pero como afirma el pediatra Carlos González, uno de de los precursores en España de la “crianza con apego”: La escuela infantil no es necesaria para los niños”. Sin duda, los profesionales de estos establecimientos actuarán con el mayor empeño, pero no pueden ofrecer el enorme grado de atención y cuidado que los niños de estas edades requieren. Este tipo de organismos sólo debería existir en razón de aquellos casos excepcionales que por determinadas circunstancias impiden reunir a algunas familias las condiciones de atención, de salud y de convivencia adecuadas.
Tanto en los hermosos días primaverales como en los no menos bellos pero duros y fríos del invierno, estas madres se han juntado, semana tras semana, conscientes de que ésta es su principal tarea a realizar. En realidad, creo que se están dando cuenta de que el trabajo es más con ellas mismas, sus familias y la comunidad en que se mueven que la propia atención a los niños, que se desenvuelven de la forma más natural entre las gallinas y los huevos, las flores y el huerto… Su experiencia nos hace considerar que la transformación de la sociedad está ligada a un cambio de mentalidad con respecto a la crianza de los niños.
“Hay una presión terrible y enorme por adelantar la escuela en el sentido de las materias, de leer y escribir, pero adelantar el aprendizaje formal, lejos de reforzar su voluntad de aprendizaje, lo que hace es que se aburran sobremanera”, afirma la presidenta de la asociación de maestros Rosa Sensat, Irene Balaguer. Como este testimonio, muchos otros provenientes de los expertos advierten de los perjuicios de la escolarización temprana, sabedores de que los aprendizajes que se fuerzan estorbarán en el futuro. Y es que existe mucha confusión en torno a estas cuestiones. Cuántas veces se confunde la noble labor de la educación con la mera escolarización o el principio de igualdad con ‘uniformidad’, cuando no se identifica el mejor proceso de socialización con insertar al pequeño en un grupo de ‘iguales’.
Tal como lo expresó en uno de sus primeros encuentros una de las madres: “Lo que tenemos que hacer los padres es preservar su corazón puro”. Para que el niño, como lo diría Goethe, ‘emerja’, necesita de estos años tal como una crisálida envuelta en el capullo que conforma el mundo de su casa, de su familia, precisamente para propiciar el impulso que active las fuerzas internas que permitirán a la futura mariposa una fuertes ‘alas’ con las que poder volar –tomando prestada esta acertada imagen acuñada por la pediatra colombiana Carmen Escallón−. Esta milagrosa metamorfosis, esta intensificación de todas estas energías que permitirán al niño desplegar todo su potencial, reside en evitar que su núcleo se desintegre, en luchar por impedir que en su pecho puedan anidar dos corazones.
Se trata de preservar la capacidad innata de cada niño para conectar con el mundo. Esta relación con la madre y la familia es el vínculo con la fitrah y el lenguaje… Por eso es el tiempo de la belleza…, el reencuentro instintivo con la forma primordial, con nuestra verdadera naturaleza ‘creyente’ (fitrah), y la emergencia del lenguaje, que está y ha estado siempre, en nuestro interior, como la semilla enterrada que espera las condiciones adecuadas, para ir emergiendo en el campo del cultivo familiar. No le dejemos el lenguaje a la escuela, porque la escuela no tiene, no puede contener, la historia familiar; la escuela lo incrementará, lo desarrollará, en su momento adecuado (alrededor de los siete años) si el cimiento está ya bien afirmado en la casa.
Como afirma el profesor Abderrahman Cherif Chergui: “La buena relación madre-hijo −consciente, sana y fecunda− es el germen de una buena socialización. (…) La primera línea del desarrollo afectivo del joven se establece con sus padres y familiares más cercanos; bien establecido esto, surge la natural transferencia de los sentimientos hacia los demás. (…) Es precisamente la falta de amor y atención la causa de la fijación en los padres, o mejor dicho, la incapacidad de superar los estadios infantiles. (…) Si deseamos evitar que la ‘infancia’ dirija las conductas en las vidas de nuestros pequeños en el futuro, es necesario permitirles ser completamente niños, infantiles hasta el tuétano, en su edad de la infancia”.
Esto es. Démosles la oportunidad de una infancia “maravillosamente iletrada”, inmersos absolutamente en la atmósfera de la palabra, de la escucha y la narración, del cuento, de su historia familiar, que significa conversación, cercanía, mirada, vivencia profunda del paso del tiempo, serenidad, seguridad, intimidad… porque la palabra está unida al corazón, y como nos enseñó Sheij Muhammad al Kassbi: “Todo lo que sale del corazón llega al corazón”.
En palabras de Sidi Abu Bakr Carberry: “La madre es la universidad. Ella conecta al niño profundamente a su conocimiento unitario del mundo”. (Universidad, de universitas, procede etimológicamente de unus-a-um, ‘entero’, ‘uno’ ‘lo que no se puede separar’, y verto, ‘girado’, convertido’, es decir, ‘girado hacia uno, hacia el todo’). El pequeño alumno, literalmente en su etimología latina, el ‘acogido’, el ‘cuidado’, el ‘alimentado’, que encontraba su alimento, todo lo que requería, en el universo de su madre estará preparado para ser alumno de la escuela del mundo, un buscador de conocimiento en lo universal, el cosmos.
No sabemos qué pasará con este grupo de familias, de padres que desean fervientemente –me consta que con gran dificultad en este momento− transmitir a sus hijos la enseñanza del din del Islam, y que empiezan a vislumbrar, mucho más allá de la mera teoría, que su propia reeducación conlleva un nuevo sistema educativo que –parafraseando a Sheij Abdalqadir as Sufi− preserve la espontaneidad de sus jóvenes hijos para toda la vida. Tal vez les sirva de gran ayuda recordar la zozobra absoluta de la madre de Musa (a. s.) cuando, tal como cuenta el Libro Generoso, “se quedó vacía en lo más hondo” (Sura del Relato, 10), y la misericordia para con ella de Su Señor: “Y así lo devolvimos a su madre para consuelo de sus ojos y para que no se entristeciera y supiera que la promesa de Allah es verídica” (Corán; Sura del Relato, 12).
Fuente: islamhoy.com