Por: Redacción
En este tiempo de avances tecnológicos, grandes descubrimientos psicológicos y fisiológicos y diversas creencias religiosas e ideológicas, hay una cosa que todos aceptamos. Es un hecho, una realidad ineludible. Es la muerte. No importa de qué rincón del mundo vengamos, sabemos que lo único tan inevitable como vivir es morir. Podemos retrasar la preparación para ello, o incluso ser apático hacia este hecho ineludible, pero no podemos negarlo.
Un poeta Urdu dijo una vez: “La tierra ha devorado incluso el más magnífico de los cielos”. Los cielos representan simbólicamente a personas cuyo alcance era al cielo y más allá, o cuya personalidad e influencia abarcaba tanto como el cielo, o cuya riqueza y poder eran vastos como el cielo. Hoy estos “cielos” están a tres metros debajo de la tierra, y el cielo continúa siendo grande. Muchos no han dejado nada más que sus nombres grabados en sus lápidas desmoronadas, o impresos en pergaminos en descomposición cubiertos de polvo.
El gran poeta español Jorge Manrique escribía:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
La creencia musulmana con respecto a la muerte es más perspicaz que la de otras religiones. Creemos en un día de la resurrección, cuando los que alguna vez vivieron serán devueltos a la vida y se les dará cuenta de sus obras.
Sin embargo, surge una pregunta: “Concediendo que todos moriremos y resucitaremos, ¿qué hacemos ahora?” El Mensajero de Allah, que la paz sea con él, dijo:
“El inteligente es el que somete a su ser inferior y trabaja para lo que viene después de la muerte, y el tonto es el que pone su ser inferior en la búsqueda de sus deseos y tiene vanas esperanzas sobre Allah” (Tirmidhi, Ibn Majah).
Mufti Abdurrahman ibn Yusuf escribe en Provisiones para los buscadores, como comentario a este hadiz: “La persona que somete a su ser inferior es aquella que se rinde en completa obediencia a los mandamientos de Allah” (ibn Yusuf 34). La obediencia a Allah es la clave. No importa cuánto el yo inferior obligue a un individuo a seguir sus deseos, si una persona quiere alcanzar el placer de Allah, debe obedecerle. Al obedecerle, encontrará prosperidad y éxito.
Desafortunadamente, estamos tan preocupados con nuestro trabajo y con nosotros mismos que la mayoría de las veces olvidamos a Allah. Pero no hay ninguna buena excusa para la negligencia y el descuido. Deberíamos acostumbrarnos a llevar a cabo buenas acciones, poco a poco e ir aumentando en la medida de nuestra capacidades.
Empezar por aquello que es obligatorio y seguir con aquello que es recomendable tanto en nuestras adoración como en nuestras acciones. Dijo el Profeta que Allah dice:
“Cualquiera que muestre enemistad con alguien dedicado y cercano a Mí, Yo estaré en guerra con él. Mi siervo no se acerca a Mí con algo más amado por Mí que las obligaciones que le he ordenado, y Mi siervo continúa acercándose a Mí con acciones supererogatorios hasta que Yo lo ame. Cuando lo amo, soy su oído con el que escucha, su ojo con el que ve, su mano con la que golpea y su pie con el que camina. Si él me pidiera [algo], se lo daría, y si él me pidiera refugio, seguramente se lo concedería. No dudo tanto en nada como dudo en [apoderarme] del alma de Mi fiel servidor: odia la muerte y Yo odio decepcionarle. (Transmitido por al-Bujari)
Al hacerlo, nuestro coraje interno y determinación para evitar las faltas crecerá, y cuando la muerte llegue a tocar nuestras puertas, estaremos preparados para acompañar al Ángel de la Muerte. Luego, en el Día del Juicio, cuando Allah pueda decirnos:
¡Oh alma sosegada! Regresa a tu Señor, satisfecha y satisfactoria. Y entra con Mis siervos, entra en Mi Jardín. (Corán 89: 29–30),