Autor: Redacción
Las grandes masas de hielo, llamadas icebergs, que flotan en los mares alrededor del Polo Norte y el Polo Sur, son uno de los fenómenos más engañosos y a la vez más peligrosos de la naturaleza. El engaño que encierran es que sin importar su inmenso tamaño, solo podemos ver una décima parte del mismo. Lo que queda bajo el agua extendiéndose más allá de su perímetro visible es un gran peligro para los desprevenidos.
En cierto modo, nuestras vidas son como esas montañas de hielo flotantes. La parta de que pasamos en este mundo es como la parte visible del iceberg en la superficie. Podemos ver la parte visible del iceberg sobre la superficie. Podemos verla, tocarla y sentirla. Podemos medirla e intentar manejarla. Pero la parte que viene después de la muerte es como la parte sumergida del iceberg –vasta, misteriosa y peligrosa-. Es algo que desafía la imaginación pero que debemos creer con seguridad pues es la parte que Dios decretó que se eterna e ineludible.
Estamos familiarizados con los hechos de nuestro origen y el curso que nuestra vida recorre desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Pero al final de nuestro periodo de vida nuestra familiaridad con la naturaleza de las cosas termina.
Se ha dicho que la muerte es la aniquilación final y total, pero no es así. La muerte es simplemente remitirnos a una nueva matriz, la matriz del universo; y de allí somos llevados a un nuevo mundo: La Otra Vida.
Mientras que este mundo físico que conocemos tiene un marco temporal limitado, la otra vida se extienda hacia la eternidad. Ilusamente creemos que hay algún punto de comparación entre los placeres y sufrimientos de este vida y la otra pero en realidad no hay manera de que nosotros podamos experimentar los placeres y sufrimientos de la otra vida antes de la muerte. Los que ameritan un castigo en la otra vida estarán condenados a sufrir el más horrible dolor eternamente; pero los que merecen las bendiciones de Dios en la otra vida probaran las más maravillosas delicias y goces.
La vida eterna esta ahora fuera de nuestro alcanza porque la vida terrenal es un campo de pruebas.
Sin embargo, a nuestro alrededor tenemos innumerables signos que nos ayudan, por analogía, a entender la naturaleza de la vida venidera.
Imaginen una habitación que consiste en cuatro paredes, muebles, objetos materiales y algunos ocupantes humanos. Para las apariencias externas eso es todo cuanto hay, pero si encendemos el televisor entramos en un sutil mundo de color, movimiento y voces humanas. Este mundo, con sus escenarios y sus seres humanos dotados de vida estuvo siempre allí. Pero solo necesitamos apretar un botón que no haga tomas consciencia de él. Así también nuestra existencia terrestre encierra un mundo dentro de otro. Aunque en este caso, nuestra existencia terrenal es como una ilusión dentro de la televisión.
El mundo que conocemos es concreto, visible, audible y tangible. El otro mundo dentro, o mejor más allá de él no es un mundo que podamos percibir con nuestros sentidos comunes y ningún botón que apretemos nos puede permitir hacerlo; solo la muerte puede hacerlo.
Y cuando abramos los ojos después de morir veremos que lo que era impalpable y fuera de la comprensión humana ahora es una realidad plena y sobrecogedora.
Solo en ese momento podemos percibir lo que existía desde antes fuera de nuestro alcance.