Autor: Tahia al-Isma’il, Hayy Abdalhaqq Bewley, Hayy Idris Mears
El profeta hizo las oraciones del mediodía y de la tarde y luego condujo a su camello hasta unas rocas. Allí recitó estás aleyas que acababan de ser reveladas:
Hoy os he completado vuestra práctica de adoración, he culminado mi bendición sobre vosotros y os he aceptado complacido el Islam como práctica de Adoración (Sura de la Mesa Servida, 5:3)
Al oír estas palabras Abu Bakr comenzó a llorar de forma incontrolada. Se daba cuenta de que era una señal inequívoca. Es posible que al oír al Mensajero repetir los preceptos básicos del Islam, preceptos que les había enseñado ya hacía veintitrés años, Abu Bakr presintiese que el final estaba cerca. Muhammad se estaba despidiendo de este mundo y de la gente a la que había confiado el mensaje, y esta era la razón de que repitiese las mismas cosas que había enseñado a lo largo de tantos años. Abu Bakr conocía demasiado bien al como para no comprender lo que pasaba. Estas aleyas del Corán transformaron sus sospechas en una terrible certeza. Si la religión estaba completa, si el mensaje había sido entregado, ¿para qué necesitaba el Mensajero continuar en esta morada temporal? Abu Bakr se dio cuenta de que Muhammad se iría pronto de su lado. El Mensajero era para él más amado que esta vida y todo cuanto ella contiene, pero la voluntad de Allah es inexorable.
Las palabras de Muhammad preparaban el camino para los que vendrían en las generaciones posteriores, y protegían los bienes que el Islam otorgaba a la humanidad. Abu Bakr tomaba buena cuenta de todo lo que estaba sucediendo y seguía a Muhammad con la mirada ansiosa y el corazón entristecido.
Cuando pocos meses más tarde tuvo lugar el fallecimiento del Profeta, Abu Bakr fue el único que se mantuvo sereno en medio de la confusión. Con mano de hierro consoló a los que titubeaban, rectificó errores y enarboló en estandarte que le habían confiado, lo llevo a tierras distintas y lugares extraños.
Continuando con los ritos de la peregrinación, el Profeta pasó la noche en Muzdalifa y a la mañana siguiente continuó camino hacia Al Hasr al Haram (una montaña) desde la que volvió a mina para apedrear a los shaytanes. De regreso en su tienda, sacrificó sesenta y tres animales, uno por cada año de su vida. Luego se afeitó la cabeza y con ello puso fin a los ritos de peregrinación.
Esta era su última peregrinación, la última vez que visitaba la Casa Antigua. Tras veintitrés años de lucha constante, de increíble paciencia y valor indómito, llegaba el momento de alcanzar la paz y la promesa que le habían sido anunciadas.
Fuente: ‘La vida del Profeta Muhammad‘