Autor: Coronel A.Rahim & Ahmed Thomson
La investigación histórica ha demostrado que el animismo y la idolatría de los pueblos primitivos es, en todos los casos, una regresión de la creencia unitaria original, y que el Dios Único del Judaísmo, el Cristianismo y el Islam surgió como oposición a la multiplicidad de dioses y no como una evolución a partir de éstos. Así pues, en cualquier tradición la enseñanza más pura es la que se encuentra en sus orígenes, y lo que le sigue es necesariamente decadencia. Desde esta perspectiva se debe estudiar el Cristianismo que comenzó con la creencia en un solo Dios para después corromperse al aceptar la doctrina de la Trinidad. El resultado final fue una confusión que alejó cada vez más a los seres humanos de la cordura.
En el siglo primero posterior a la desaparición de Jesús, la paz sea con él, todos los que le seguían continuaron afirmando la Unidad Divina. Esto lo demuestra el hecho de que “El Pastor de Hermas”, libro escrito en el año 90 d.C, fue considerado por la Iglesia como un texto revelado. El primero de los doce mandamientos que contiene empieza diciendo:
“En primer lugar has de creer que Dios es Uno, que creó todas las cosas y las organizó; e hizo existir todo a partir de lo que no existía, y Él contiene todas las cosas, pero nada Lo contiene..”
Según Teodoro Zahn, el credo vigente hasta el año 250 d.C. era: “Creo en Dios, el Todopoderoso”(2). Entre los años 180 al 210 d.C la palabra “Padre” fue añadida antes de “el Todopoderoso”. Esta innovación fue atacada con dureza por un número considerable de los líderes de la Iglesia. Consta el hecho que el Obispo Víctor y el Obispo Zefesius condenaron este movimiento puesto que consideraban un sacrilegio impensable añadir o eliminar cualquier palabra a las Escrituras. Se opusieron a la tendencia que contemplaba a Jesús como dotado de naturaleza divina. Afirmaron con rotundidad la Unidad de Dios tal y como estaba expresada en las enseñanzas originales de Jesús y proclamaron que aun siendo un profeta, en esencia era un hombre como todos los demás, aunque eso sí, merecedor de los favores de su Señor. La misma creencia era compartida por las iglesias que habían surgido en el Norte de Africa y en Asia Occidental.
Debemos recordar que Jesús, la paz sea con él, fue enviado específicamente a la Tribu de Israel, esto es, a las doce tribus de la Tribu de Israel descendientes de los doce hijos de Jacob, también conocido como Israel. Las enseñanzas de Jesús estaban dirigidas a aquellos que declaraban seguir a Moisés pero que carecían de acceso a sus enseñanzas originales. A Jesús se le dio el conocimiento de la Torá original tal y como había sido revelada a Moisés, y Jesús insistía siempre en que él había venido para confirmar la Ley de Moisés y no para alterarla ni tan siquiera una coma.
Tan pronto como las enseñanzas de Jesús comenzaron a propagarse más allá del círculo de las Tribus de Israel, sus contenidos empezaron a ser alterados esencialmente; esto sucedió especialmente en Europa y posteriormente en América, lugares donde el proceso de cambio ha continuado sin interrupción hasta nuestros días, hasta llegar a admitir en el sacerdocio cristiano tanto a hombres como a mujeres, que pueden ser a su vez homosexuales o lesbianas, y ésto ¡a pesar de lo que dice la Biblia sobre esos temas!
Conforme la enseñanza de Jesús fue atravesando las fronteras de la Tierra Santa, entró en contacto con otras culturas y en conflicto con los que detentaban la autoridad. Sus contenidos comenzaron a ser asimilados y adaptados por estas diferentes culturas al tiempo que eran alterados para aliviar la persecucion ordenada por los gobernantes.
En Grecia especialmente, la enseñanza de Jesús sufrió toda una metamorfosis debido a dos causas fundamentales: era la primera vez que se expresaba en una lengua nueva y en segundo lugar, la enseñanza se ajustó a las ideas y la filosofía de la cultura griega. La concepción politeísta de los griegos intervino de forma decisiva en la formulación de la doctrina de la Trinidad; a esto debemos sumar el cambio gradual que algunas personas, especialmente Pablo de Tarso, introdujeron en la figura de Jesús, al que transformaron de considerarlo como Profeta de Dios, a ser una parte separada de Dios, pero al mismo tiempo indivisible.
En los Concilios de Nicea del año 325 d.C. y en el de Constantinopla del 381 d.C. es donde se proclama la Doctrina de la Trinidad como parte esencial de la creencia cristiana ortodoxa. Incluso entonces, algunos de los firmantes del nuevo credo no lo aceptaban puesto que no podían hallar en las Escrituras confirmación alguna. Atanasio, considerado como el padre del nuevo credo, no estaba seguro de su autenticidad. En sus escritos, llega a admitir que “cada vez que forzaba su comprensión a meditar sobre la divinidad de Jesús, sus árduos esfuerzos resultaban inútiles; cuanto más intentaba escribir más incapaz era de expresar sus pensamientos”. En un momento determinado llegó a escribir: “No hay tres sino un Único Dios”. Su creencia en la Doctrina de la Trinidad no estaba basada tanto en la convicción como en la táctica y la necesidad de aparentar.
La demostración de que esta decisión histórica estuvo basada tanto en la conveniencia política como en el razonamiento filosófico erróneo, se pone de manifiesto en el papel jugado por Constantino, el emperador pagano de Roma que presidió el Concilio de Nicea. La expansión de las comunidades cristianas constituía una fuerza cuya oposición no era deseada por el emperador ya que debilitaba al imperio, el cual necesitaba su apoyo inapreciable para fortalecerlo. Con la reorganización del Cristianismo, Constantino confiaba obtener no sólo el apoyo de la Iglesia sino también poner fin a la confusión que había surgido en el seno de la misma, lo cual suponía una fuente más de conflicto dentro de su Imperio.
El proceso mediante el cual logró, al menos conseguir parcialmente, su objetivo, puede ilustrarse con un incidente ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. En cierta ocasión y conforme se acercaba el día de la festividad musulmana del ‘Id, la propaganda emitida por Tokio comenzó a anunciar reiteradamente que se iba a celebrar una gran oración del “Id” en Singapur, ciudad que en esa época estaba bajo la ocupación japonesa. Iba a ser un acontecimiento histórico, se decía una y otra vez, y el efecto de dicho día se haría sentir en todo el mundo musulmán. Pero pasados unos cuantos días, el énfasis sobre la celebración cesó súbitamente.
El misterio se resolvió cuando, tras una refriega de la guerra, un soldado japonés fue hecho prisionero e interrogado. Confesó que Tojo, jefe del gobierno japonés, planeaba presentarse como el gran reformador musulmán de la época moderna. Había concebido un plan para adecuar las enseñanzas del Islam a la época actual. Según Tojo, era imprescindible que los musulmanes al hacer sus oraciones. se dirigieran hacia Tokio en vez de hacia La Meca. ya que aquella ciudad iba a ser el nuevo centro del Islam bajo la jefatura de Tojo. Los musulmanes rechazaron categóricamente esta nueva reorientación del Islam y el proyecto fue abandonado. El resultado final fue que ese año no se permitió la celebración del ‘Id en Singapur.
Tojo era consciente de la importancia del Islam y quiso utilizarlo como medio de expansión de sus planes imperialistas; su intento fracasó. Constantino triunfó donde Tojo había fracasado.
Roma reemplazó a Jerusalén como centro del Cristianismo Paulino.
Esta desviación de las enseñanzas de Jesús basadas en un Dios Único, extravío que produjo inevitablemente un Cristianismo politeísta, jamás fue cuestionada. Cuando en el año 325 d.C. la Doctrina de la Trinidad fue declarada creencia oficial del Cristianismo ortodoxo, Arrio, uno de los líderes cristianos del Norte de Africa, se alzó en contra del poder aliado de Constantino y de la Iglesia Católica recordándoles que Jesús siempre había confirmado la Unidad Divina. Constantino intentó aplastar con toda la fuerza y brutalidad de su Imperio el origen de los problemas que procedía de la gente que afirmaba la creencia en un Dios Único, pero fracasó. A pesar de que, paradójicamente, Constantino murió como Unitario, la Doctrina de la Trinidad fue oficialmente aceptada como la base del Cristianismo europeo.
Esta doctrina causó una enorme confusión entre la gente, ya que muchas personas se vieron forzadas a aceptarla sin entenderla siquiera. Sin embargo, era imposible impedir que la gente tratara de demostrarla y explicarla intelectualmente. En general, es posible decir que surgieron tres escuelas de pensamiento. La primera está relacionada con San Agustín, que vivió en el siglo V y mantenía la opinión de que la doctrina no podía ser demostrada aunque sí explicada con ejemplos. San Víctor, cuya vida transcurre en el siglo XII, pertenece a la segunda escuela, que afirma que la doctrina puede ser demostrada y ejemplificada. El siglo XIV asistió al nacimiento de la tercera escuela que postulaba que la Doctrina de la Trinidad no podía ser explicada con ejemplos ni demostrada y que por tanto debía ser aceptada y creída ciegamente.
A pesar de que los libros en los que se recogieron las enseñanzas de Jesús han sido completamente destruidos, suprimidos o alterados a fin de evitar cualquier posible contradicción con respecto a la Doctrina de la Trinidad, buena parte de la verdad aún consta en los pocos textos que han sobrevivido. En consecuencia, para mantener la creencia en la Doctrina de la Trinidad se produjo un cambio que restaba importancia a las afirmaciones de las Escrituras para realzar las opiniones de los líderes de la Iglesia. La doctrina, según éstos afirmaban, se basaba en una revelación especial hecha a la Iglesia, “la Esposa de Jesús”. A este tenor dirige el Papa una reprimenda por carta a Fray Fulgencio en la que dice: “La enseñanza de las Escrituras tiene algo de sospechoso. El que se aferra a las Escrituras acabará por arruinar la fe Católica”. En la siguiente carta, el Papa fue aún más explícito en su advertencia contra la excesiva insistencia en las Escrituras: “(…)Es un libro que si alguien cultiva en demasía, terminará por destruir a la Iglesia Católica”.(3)
El abandono definitivo de las enseñanzas de Jesús se debió en gran medida a la oscuridad con la que se rodeó su realidad histórica. La Iglesia construyó su religión con independencia no sólo de las Escrituras sino también del mismo Jesús, hasta el punto de llegar a confundir al Jesús hombre con un Cristo mitológico. Y esto a pesar de que la creencia en Jesús no implicara necesariamente la creencia en un Cristo resucitado. Mientras que los seguidores más cercanos a Jesús basaron sus vidas en su ejemplo, el Cristianismo Paulino se basó en creer en el Cristo posterior a la crucifixión —la vida y enseñanzas del Jesús vivo ya no fueron, por tanto, consideradas tan importantes.
Conforme la Iglesia establecida se iba distanciando cada vez más de las enseñanzas de Jesús, sus dirigentes comenzaron a involucrarse en los mismos asuntos de aquellos que detentaban la autoridad en la tierra. Cuanto más borrosas se hacían las diferencias entre lo que Jesús había enseñado y entre los deseos de los que detentaban la autoridad, más y más se confundían las unas con los otros. La Iglesia, a la vez que proclamaba su independencia con respecto al Estado, se identificaba cada vez más con éste, incrementando cada vez más su poder. A pesar de que en sus primeros inicios la Iglesia se sometió al poder del Imperio, una vez que ella misma se comprometió totalmente con el poder, su posición se convirtió en justo lo contrario.
Siempre hubo oposición a las desviaciones con respecto a lo que Jesús había enseñado. Sin embargo, conforme la Iglesia acrecentaba su poder, comenzó a ser muy peligroso negar la Trinidad y la pena de muerte por ello era un hecho casi seguro. Cuando Lutero abandonó la Iglesia Romana, su protesta iba más dirigida contra la autoridad del Papa que contra la doctrina fundamental de la Iglesia Católica Romana. La consecuencia fue que Lutero fundó una nueva iglesia y se convirtió en cabeza de la misma. A pesar de esto, las doctrinas cristianas siguieron siendo aceptadas y permanecieron inalteradas. La Reforma condujo a su vez al establecimiento de un determinado número de Iglesias Reformadas y sectas, pero el Cristianismo pre-Reforma continuó sin cambio alguno.
Estos dos cuerpos principales de la Iglesia Paulina aún existen en nuestros días.
En el norte de Africa y en el occidente de Asia, las enseñanzas de Arrio fueron aceptadas por la mayoría de la gente, los mismos que luego aceptarían el Islam. El hecho de mantenerse en la doctrina del Dios Único y en las enseñanzas más puras de Jesús, les facilitó reconocer la verdad del Islam.
En Europa, el hilo del Unitarismo dentro de la Cristiandad nunca llegó a romperse. De hecho el movimiento se ha fortalecido, sobreviviendo a la persecución brutal y continuada de la Iglesia en el pasado y a su indiferencia en la época actual.
Hoy en día, cada vez hay más gente consciente de que el Cristianismo tiene poco que ver con las enseñanzas originales de Jesús. Durante los dos últimos siglos los estudios de los investigadores apenas dejan lugar para la creencia en los “misterios” cristianos. Y el hecho bien probado de que el Cristo de la Iglesia establecida tiene poco que ver con el Jesús histórico, no ayuda a la búsqueda de la verdad por parte de los cristianos.
El dilema actual de los cristianos se pone de manifiesto en los escritos de los historiadores de la Iglesia en este siglo. La dificultad fundamental, como ha señalado Adolf Harnack, es que “Ya en el siglo IV el Evangelio había sido ocultado bajo la filosofía griega. La misión de los historiadores consistió, pues, en arrancar la máscara para revelar lo diferentes que eran los rasgos originales de la fe ocultados por aquella”. Pero a continuación el mismo Harnack señala la dificultad de esta tarea manifestando que cuando la máscara doctrinal se ha utilizado demasiado tiempo, el rostro de la religión original puede quedar alterado:
“La máscara adquiere vida propia. La Trinidad, las dos naturalezas de Cristo, la infalibilidad y el resto de postulados consecuencia de estos dogmas, fueron el resultado de decisiones históricas y de situaciones que podían haber producido algo totalmente diferente… no obstante… tarde o temprano, resultado o fuerza remodeladora, este dogma sigue siendo lo que fue desde un principio: un mal hábito intelectual que el cristiano tomó del griego al huir de los judíos”(4).
Harnack profundiza en este tema en otro libro donde dice:
“El cuarto Evangelio no procede ni proclama proceder del apóstol Juan, que a su vez tampoco puede tomarse como una autoridad histórica.., el autor del cuarto Evangelio actuó con libertad soberana, alteró sucesos y los puso bajo una extraña luz. Extrajo conclusiones e ilustró grandes pensamientos con situaciones imaginarias”.
Más adelante cita la obra del conocido historiador cristiano, David Strauss, a quien describe como alguien que había “destruido casi por completo la credibilidad histórica no sólo del cuarto Evangelio sino también la de los otros tres”.(5)
Según Johannes Lehman, otro historiador, los autores de los cuatro Evangelios comúnmente aceptados describen a un Jesús diferente al que puede ser identificado por la realidad histórica. Lehman cita a Heinz Zahn quien a su vez indica las consecuencias de esta diferencia:
“Si la investigación histórica pudiera demostrar que existe una antitésis irreconciliable entre el Jesús histórico y el Cristo que ha sido predicado, probando en consecuencia que la creencia en Jesús no tiene fundamento en el mismo Jesús, esto sería desastroso no sólo desde el punto de vista teológico, como dice N.A. Dhal, sino que implicaría incluso el fin de toda la cristología. Y sin embargo, estoy convencido de que aún en ese caso nosotros los teólogos encontraríamos una salida —¿acaso no la hemos encontrado siempre?— pero es evidente que estaríamos mintiendo tanto ahora como entonces.”
Mientras que estas citas ilustran el dilema en el que se encuentra el Cristianismo de nuestros días, las palabras de Zahn demuestran también algo mucho más serio que está debajo: la posibilidad de involucrarse de tal manera en los detalles de lo ocurrido con la doctrina de Jesús y las iglesias y sectas que lo siguieron, que el propósito primero de su enseñanza es olvidado o esquivado.
Así es como Teodoro Zahn ilustra, por ejemplo, los amargos conflictos ocurridos en el seno de las Iglesias establecidas. Zahn muestra cómo los católicos romanos acusan a la Iglesia Ortodoxa Griega de alterar el texto de las sagradas Escrituras añadiendo y sustrayendo, tanto con buena como con mala intención. Los griegos a su vez, señalan lugares en los que los católicos se alejan considerablemente del texto original. Lo curioso es que ambos, a pesar de las diferencias, acusan a los cristianos no-conformistas de desviarse del “camino verdadero” y los tachan de herejes.
Estos a su vez acusan a los católicos de haber “falsificado las Escrituras”. Zahn finaliza diciendo: “¿acaso los hechos no confieren validez a estas acusaciones?”(7)
Mientras tanto a Jesús, la paz sea con él, se le olvida por completo. Pero incluso los que se dan cuenta de la degeneración ocurrida y desean sinceramente retomar y vivir de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, ya no pueden hacerlo puesto que la enseñanza original ha desaparecido y es irrecuperable. Tal y como dijo Erasmo:
“Los antiguos filosofaban muy poco acerca de los temas divinos… En un principio la fe estaba inmersa en la vida más que en la profesión de credos… Cuando la fe se puso en los escritos en vez de en los corazones aparecieron tantas creencias como personas. Los artículos de fe aumentaban y la sinceridad disminuía. Las discusiones se acaloraban y el amor se enfriaba. La doctrina de Cristo, que al principio no sabía de sutilezas, pasó a depender de la ayuda prestada por la filosofía. Este fue el primer paso de la decadencia de la Iglesia”.
La Iglesia se vio obligada a explicar lo que no podía ser expresado con palabras y los bandos en contienda buscaron granjearse el apoyo del Emperador. Comentando esta situación, Erasmo sigue diciendo:
“La intervención de la autoridad del Emperador en el asunto no significó gran ayuda a la sinceridad de la fe… Cuando la fe está en la boca en vez de en el corazón y cuando se abandona el conocimiento preciso de las sagradas Escrituras, es el terror lo que obliga a los hombres a creer lo que no creen, a amar lo que no aman, a saber lo que no saben. Lo que se inculca por la fuerza no puede jamás ser sincero”
Erasmo había comprendido que los primeros cristianos, los seguidores más inmediatos de Jesús, reconocían la Unidad sin necesidad de expresarla; pero cuando la enseñanza comenzó a propagarse y surgió el conflicto entre las iglesias, los hombres que comprendían el asunto se vieron obligados a explicar su conocimiento de la Realidad. Para ese entonces ya se había perdido por completo la enseñanza de Jesús y el lenguaje de la Unidad que la acompañaba. Sus únicos medios de expresión eran el vocabulario y la terminología de la filosofía griega que promulgaba una visión de la existencia tripartita, no unitaria. Así fue como la confianza pura y sencilla en la Unidad se vio atrapada dentro de una lengua que era extraña al mismo Jesús, lo cual produjo como resultado la formulación de la Doctrina de la Trinidad y la deificación de Jesús y del Espíritu Santo.
El cisma y la confusión fueron el resultado inevitable una vez que la gente perdió la visión de la Unidad de la existencia.
Todo aquel que quiera comprender quién era Jesús y qué es lo que enseñó debe tener presente esta comprensión de lo ocurrido. Debe comprender también que cuando no se tiene acceso a conocer las acciones cotidianas de un determinado profeta, acciones que son en realidad la encarnación de sus enseñanzas, es cuando sobreviene el extravío, y ello sucede tanto si creen en la Doctrina de la Trinidad como si proclaman verbalmente la Unidad Divina.
Extracto del libro: ‘Jesus: Profeta del Islam‘