Autor: Dr. ʿAbdur-Rahmān R aʿfat
Jalid ibn Said ibn Kulaib de la tribu Naŷŷār fue un Compañero eminente y muy cercano al Profeta s. Era conocido como Abu Ayyub (el padre de Ayyūb) y gozó de un privilegio que muchos de los Ansar de Medina hubieran querido poseer.
Cuando el Profeta -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, llegó a Medina tras la hégira desde Meca, fue recibido con entusiasmo por los Anṣār de Medina. Sus corazones le dieron la bienvenida y sus ojos le seguían con devoción y amor. Querían darle el más generoso recibimiento que alguien pudiese recibir.
El Profeta se detuvo primero en Qubā, en las afueras de Medina y allí permaneció durante varios días. Lo primero que hizo fue construir la mezquita que el Corán describe como la
“Mezquita cimentada sobre el temor de Dios (at-taqwā).” (Sura at-Tawba, 9:108)
El Profeta s entró en Medina montado en su camello. Los jefes de la ciudad se habían situado a lo largo de su camino, buscando cada uno de ellos el honor de que el Profeta descendiera y se alojase en su casa. Uno tras otro fueron plantándose delante del camello, suplicando: “Quédate con nosotros, oh Rasūlullāh.” “Dejad suelto al camello,” decía el Profeta. “Está bajo el mandato.” El camello prosiguió su marcha, seguido de cerca por los ojos y los corazones de la gente de Yazrib. Cuando pasaba de largo una casa, su dueño se sentía triste y rechazado, y al mismo tiempo renacía la esperanza en los corazones de los que aún quedaban en su camino.
El camello siguió andando así, con la gente detrás de él, hasta que pareció vacilar en un descampado frente a la casa de Abu Ayyub al-Ansari. El Profeta, -la paz sea con él- sin embargo, no desmontó. Poco después, el camello reemprendió la marcha y el Profeta soltó las riendas. Tras unos instantes, sin embargo, volvió sobre sus pasos y se detuvo en el mismo lugar de antes. El corazón de Abu Ayyub rebosaba felicidad. Salió a recibir al Profeta y le saludó con gran efusión. Cogió en sus manos el equipaje del Profeta y sentía estar transportando el tesoro más preciado del mundo.
La casa de Abu Ayyub tenía dos plantas. Vació pues el piso de arriba de sus cosas y las de su familia para que el Profeta pudiera quedarse allí. Pero el Profeta -la paz sea con él-, prefería quedarse en el piso bajo.
Llegó la noche y el Profeta s se retiró a descansar. Abu Ayyub subió al piso de arriba. Pero cuando hubieron cerrado la puerta, Abu Ayyub se volvió a su mujer y dijo: “¡Ay de nosotros! ¿Qué hemos hecho? ¡El Enviado de Dios está abajo y nosotros encima de él! ¿Vamos a caminar sobre la cabeza del enviado de Dios? ¿Nos interpondremos entre la Revelación (Waḥī) y él? Si así fuera, estaríamos perdidos.”
El matrimonio estaba muy preocupado porque no sabían qué hacer. Sólo consiguieron tranquilizarse cuando se desplazaron al lado de la vivienda que no estaba justo encima del Profeta s. Andaban con cuidado también, usando sólo las partes laterales del piso y evitando el centro.
Por la mañana, Abu Ayyub le dijo al Profeta: “Por Dios, no hemos podido dormir en absoluto, ni yo ni Umm Ayyūb.” “¿Y eso por qué, Abu Ayyub ?” -preguntó el Profeta. Abu Ayyub le explicó lo mal que se habían sentido de estar arriba mientras que el Profeta estaba debajo de ellos y que podrían interrumpir la Revelación. “No te preocupes, Abu Ayyub ,” dijo el Profeta. “Preferimos el piso de abajo por la cantidad de gente que viene a visitarnos.” “Nos avinimos a los deseos del Profeta s,” solía contar Abu Ayyub -, “hasta que una fría noche una de nuestras vasijas se rompió y el agua se derramó por el piso de arriba. Umm Ayyūb y yo nos quedamos mirando el agua derramada. Sólo teníamos un pedazo de terciopelo que usábamos como manta.
Con él secamos el suelo por miedo a que se filtrase y cayese sobre el Profeta. A la mañana siguiente fui a ver al Profeta y le dije: ‘No me gusta estar encima de ti,’ y le contó lo que había ocurrido. Él entonces aceptó mi deseo y cambiamos de piso.”
El Profeta se quedó en la casa de Abu Ayyub casi siete meses hasta que se acabó de construir su mezquita en el descampado en que se había detenido su camello. Se trasladó entonces a las habitaciones que habían sido construidas alrededor de la mezquita para él y para su familia. Así se convirtió en vecino de Abu Ayyub . ¡Y qué noble vecino!
El Profeta y Abu Ayyub mantuvieron siempre una relación extremadamente cordial. No existía formalismo entre ellos. El Profeta s siguió considerando como suya la casa de Abu Ayyub . La siguiente anécdota dice mucho acerca de la relación entre ellos.
Abū Bakr, que Dios esté complacido de él, salió una vez de su casa en pleno calor del mediodía y fue a la mezquita. ʿUmar le vio y le preguntó: “Abū Bakr, ¿qué te ha sacado de casa a esta hora?” Abū Bakr dijo que había dejado su casa porque sentía un hambre terrible y ʿUmar dijo que él había dejado la suya por la misma razón. El Profeta s se encontró con ellos y les preguntó: “¿Qué os ha hecho salir de casa a esta hora?” Se lo confesaron y él dijo: “Por Aquel en cuyas manos está mi alma, sólo el hambre me ha hecho salir a mí también. Venid conmigo.”
Fueron juntos a la casa de Abu Ayyub al-Ansari. Su mujer abrió la puerta y dijo: “Bienvenido sea el Profeta y quien viene con él.” “¿Dónde está Abu Ayyub ?” -preguntó el Profeta. Abu Ayyub , que estaba trabajando en un huerto de palmeras al lado de la casa, oyó la voz del Profeta y vino enseguida.“Bienvenido sea el Profeta s y quien viene con él-,” dijo, y prosiguió: “Oh Profeta de Dios, esta no es la hora en que sueles venir.” (Abu Ayyub solía guardar algo de comida para el Profeta todos los días. Si el Profeta no venía pasado un tiempo, se la daba a su familia.) “Tienes razón,” asintió el Profeta.
Abu Ayyub salió y cortó un racimo de dátiles en el que había algunos maduros y otros a medio madurar. “No quería que cortases esto,” dijo el Profeta. “¿No podías haber traído sólo dátiles maduros?” “Oh Rasūlullāh, por favor come de las dos clases de dátiles, los maduros (ruṭab) y los medio maduros (busr). Sacrificaré también un animal para vosotros.” “Si vas a hacerlo, entonces no mates uno que dé leche” le advirtió el Profeta.
Abu Ayyub mató un cabrito, coció la mitad y asó la otra mitad. Le pidió también a su mujer que cociera pan porque, según dijo, ella lo hacía mejor.
Cuando estuvo preparada la comida, la sirvió ante el Profeta y sus dos compañeros. El Profeta cogió un trozo de carne, lo puso sobre un pan y dijo: “Abu Ayyub, lleva esto a Fāṭima. No ha probado nada como esto en mucho tiempo.”
Cuando hubieron acabado de comer y estaban satisfechos, el Profeta dijo pensativo: “¡Pan y carne, con busr y ruṭab!” Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos mientras proseguía: “Esta es una abundante bendición de la que tendréis que dar cuenta en el Día del Juicio. Cuando os encontréis ante algo así, tomad de ello y decid: ‘Bismillāh’ (En el nombre de Dios) y cuando hayáis terminado, decid: ‘Alḥamdu lillāhi al·laḏī huwa ašbaʿna wa anʿama ʿalaina.’ (Alabado sea Dios que nos ha dado suficiente y nos ha bendecido con Su favor). Esto es lo mejor.”
Estos son episodios de la vida de Abu Ayyub en tiempos de paz. Pero también tuvo una distinguida carrera militar. Pasó gran parte de su tiempo guerreando, hasta que llegó a decirse de él: “No estuvo ausente de ninguna batalla que los musulmanes libraron desde el tiempo del Profeta hasta el tiempo de Muʿāwiya excepto si en ese momento estaba en otra.”
La última campaña en la que participó fue la organizada por Muʿāwiya contra Constantinopla, dirigida por su hijo Yazīd. Abu Ayyub era entonces un hombre muy anciano, pues contaba casi ochenta años de edad. Pero eso no le impidió unirse al ejército y cruzar el mar como gāzi por la causa de Dios. Después de participar brevemente en la batalla, Abu Ayyub cayó enfermo y tuvo que retirarse del combate. Yazīd vino a verle y preguntó: “¿Necesitas algo, Abu Ayyub ?” “Transmite mis saludos al ejército de los musulmanes y diles: ‘Abu Ayyub os insta a que penetréis profundamente en territorio enemigo hasta donde podáis, que le llevéis con vosotros y que le enterréis bajo vuestros pies, junto a las murallas de Constantinopla.’” Entonces exhaló su último aliento.
El ejército musulmán cumplió el deseo del Compañero del Enviado de Dios s. Lanzando un ataque tras otro, hicieron retroceder a las fuerzas del enemigo hasta llegar a las murallas de Constantinopla, donde le dieron sepultura. (Los musulmanes sitiaron la ciudad durante cuatro años, pero al final tuvieron que retirarse después de sufrir un gran número de bajas.)
Fuente: Libro “Las estrellas ascendentes” Traducción: Abdur-Razaq Perez Fernandez