Los compañeros del Profeta: Salman al Farsi

Autor: Dr. ʿAbdur-Rahmān R aʿfat

Los compañeros del Profeta: Salman al Farsi

Los compañeros del Profeta: Salman al Farsi

Esta es la historia de un buscador de la Verdad: la historia de Salmān el persa. Empezaremos recogiendo sus propias palabras: “Me crié en la ciudad de Isfahān, en Persia, en el pueblo de Ŷaiyān. Mi padre era el Dihqān o jefe del pueblo. Era el hombre más rico del lugar y tenía la casa más grande”.

“Desde pequeño, mi padre me quería más que a nadie. Con el paso del tiempo, este amor llegó a hacerse tan fuerte y dominante que temía perderme o que me ocurriera algo. Por eso me mantenía encerrado en la casa, como un auténtico prisionero, de la misma forma en que se guardaba a las niñas”.

“Yo era tan devoto de la religión de Zoroastro que llegué a alcanzar el puesto de guardián del fuego que adorábamos. Mi tarea era asegurar que las llamas del fuego ardieran constantemente, sin apagarse nunca, ni de día ni de noche”.

“Mi padre tenía muchas tierras que producían gran variedad de cosechas. Él mismo se ocupaba de administrarlas y de las cosechas. Una día estaba muy ocupado con sus deberes como dihqān del pueblo y me dijo: “‘Hijo mío, hoy estoy, como ves, muy ocupado para ir a la finca. Ve tú y ocúpate de ello por mí’”.

“De camino a la finca, pasé junto a una iglesia cristiana y las voces de la oración atrajeron mi atención. No sabía nada del cristianismo ni de los seguidores de ninguna otra religión, porque mi padre me mantenía siempre dentro de casa, alejado de la gente. Al oír las voces de los cristianos, entré en la iglesia para ver lo que estaban haciendo”.

“Quedé impresionado por su forma de rezar y me sentí atraído por su religión. ‘Por Dios,’ me dije, ‘esta religión es mejor que la nuestra. No saldré de aquí hasta que el sol se ponga’”.

“Cuando les pregunté me dijeron que la religión cristiana provenía de aš-Šām (La Gran Siria). No fui a la finca de mi padre ese día y por la noche regresé a casa. Al verme, mi padre me preguntó qué había hecho. Le conté mi encuentro con los cristianos y la impresión que me había causado su religión”.

Se sintió consternado y me dijo: “‘Hijo mío, no hay nada bueno en esa religión. Tu religión y la religión de tus antepasados es mejor.’ “‘No, su religión es mejor que la nuestra,’ insistí yo”.

“Mi padre se enfadó y temía que yo fuera a abandonar nuestra religión. Por eso, me encerró en la casa y me ató los pies con una cadena. No obstante conseguí enviar un mensaje a los cristianos pidiéndoles que me informasen de alguna caravana que se dirigiera a Siria. Poco después se pusieron en contacto conmigo y me dijeron que una caravana iba a partir para Siria. Conseguí quitarme los grilletes y vestido con un disfraz me uní a la caravana y llegué a Siria. Una vez allí, pregunté quién era el jefe de la comunidad cristiana, y me enviaron al obispo de la Iglesia. Fui entonces a verle y le dije: ‘Quiero hacerme cristiano y entrar a tu servicio, aprender de ti y rezar contigo’”.

“El obispo aceptó y yo entré al servicio de la Iglesia. Pronto descubrí, sin embargo, que aquel hombre estaba corrompido. Ordenaba a sus seguidores que dieran limosnas con la promesa de que recibirían una gran bendición. Pero cuando daban algo para que fuera gastado en la causa de Dios, se lo guardaba y no daba nada a los pobres ni a los necesitados. De esta forma, logró amasar una gran cantidad de oro. Cuando este obispo murió y los cristianos se reunieron para darle sepultura, les conté sus hábitos corruptos y, ante su insistencia, les mostré el lugar donde guardaba sus donativos. Al ver las grandes vasijas llenas de oro y plata, dijeron: ‘Por Dios, que no le daremos sepultura.’ Lo clavaron entonces en una cruz y lo apedrearon”.

“Yo seguí al servicio de la persona que le sustituyó. El nuevo obispo era un asceta que anhelaba el Más Allá y vivía entregado a la adoración de noche y de día. Yo me sentía muy apegado a él y pasaba mucho tiempo en su compañía”.

(Después de su muerte, Salmān estuvo al servicio de varias personalidades religiosas cristianas de gran rectitud y piedad en Mosul, Nasibín, Ammuriya y en otros lugares. El último de ellos le habló de la venida de un Profeta en tierras de los árabes, que sería un hombre de estricta honestidad, que aceptaba un regalo pero nunca tomaba para sí nada que le fuera entregado como ṣadaqa (limosna). Salmān prosigue su relato).

“Un grupo de árabes de la tribu Kalb pasó por Ammuriya y les pedí que me llevasen a la tierra de los árabes a cambio del dinero de que disponía. Aceptaron mi proposición y les entregué el dinero. Cuando llegamos a Wādi al-Qurā (un lugar a medio camino entre Siria y Medina), rompieron el trato y me vendieron como esclavo a un judío. Trabajé para él como criado pero al final me vendió a un sobrino suyo de la tribu de Banū Quraiẓa. Este sobrino suyo me llevó con él a Yaṯrib, ‘la ciudad entre palmerales,’ que resultó ser como el obispo cristiano de Ammuriya la había descrito”.

“Por aquel tiempo, el Profeta estaba en Meca llamando a su gente al Islam, pero yo no sabía nada de eso por las duras cargas que la esclavitud me imponía”.

“Cuando el Profeta s llegó a Yaṯrib, después de su hégira desde Meca, yo me encontraba subido a la copa de una palmera de mi amo, trabajando. Mi amo estaba sentado debajo del árbol cuando un sobrino suyo vino y le dijo: “‘¡Que Dios destruya a los Aus y los Jazraŷ (los dos tribus árabes principales de Yaṯrib). Por Dios, que están ahora reunidos en Qubā dando la bienvenida a un hombre que ha venido hoy de Meca y que dice ser un Profeta!’”.

“Al oír aquellas palabras, me entraron unos fuertes sudores y me puse a temblar de tal modo que temí caerme sobre mi amo. Rápidamente, bajé del árbol y me dirigí al sobrino de mi amo: “‘¿Qué es eso que has dicho? Repítemelo.’ “Mi amo estaba muy enfadado y me dio un golpe terrible. ‘¿A ti qué te importa eso? Vuelve a lo que estabas haciendo,’ gritó”.

“Esa noche, cogí algunos dátiles que había recogido y acudí al lugar donde se había hospedado el Profeta s. Llegué hasta donde estaba y le dije: “‘He sabido que eres un hombre recto y que tienes compañeros que son recién llegados aquí y están necesitados. Recibe esto como ṣadaqa. Veo que sois más merecedores de ello que otros’”.

“El Profeta s ordenó a sus Compañeros que comieran, pero él no los probó”.

“Reuní algunos dátiles más y cuando el Profeta s dejó Qubā para ir a Medina, fui a verle y le dije: ‘Vi que no comiste de la ṣadaqa que te di. Esto sin embargo es un regalo para ti.’ De este regalo de dátiles comieron tanto él como sus Compañeros”.

La estricta honestidad del Profeta fue una de las características que impulsaron a Salmān a creer en él y aceptar el Islam.

Salmān fue liberado de la esclavitud por el Profeta, quien pagó a su dueño el precio estipulado y plantó con sus manos un número acordado de palmeras para conseguir su manumisión. Después de su conversión al Islam, Salmān respondía cuando le preguntaban de quién era hijo: “Soy Salmān, hijo del Islam, de la descendencia de Adán”. Salmān desempeñaría un papel importante en las vicisitudes del naciente Estado Islámico. En la batalla de Jandaq, demostró ser un innovador en estrategia militar. Sugirió que se cavara una zanja, o jandaq, alrededor de Medina para cortar el paso al ejército de los Quraiš. Cuando Abū Sufyān, el jefe de los mequíes, vio la zanja, dijo: “Esta estratagema no ha sido utilizada antes por los árabes”.

Salmān llegó a ser conocido como “Salmān el Bueno”. Era un sabio que vivía una vida dura y ascética. Tenía sólo el manto que llevaba puesto y con él dormía. No buscaba refugio bajo un techo sino que se quedaba debajo de un árbol o junto a un muro. Un hombre le dijo en una ocasión: “¿No quieres que te construya una casa donde vivir?” “No necesito una casa”, respondió. El hombre insistió y dijo: “Sé el tipo de casa que te conviene”. “Descríbemela” dijo Salmān. “Te construiré una casa en la que si te pones de pie, tu cabeza dará contra el techo, y si estiras las piernas darán contra la pared”.

Más adelante, fue nombrado gobernador de al-Madaʾin (Tesifonte), cerca de Bagdad. Salmān tenía asignado entonces un salario de cinco mil dirhams que distribuía como ṣadaqa.

Vivía del trabajo de sus manos. Cuando una gente vino a Madāʾin y le vieron trabajando en los palmerales, dijeron: “¡Tú, que eres el emir de este lugar, con un salario asignado para tu manutención, haces este trabajo!” “Me gusta comer del trabajo de mis manos,” respondió él.

Salmān, sin embargo, no llevaba su ascetismo a extremos. Se cuenta que en una ocasión visitó a Abū ‘d-Dardāʾ, con el cual el Profeta le había unido en hermandad. Encontró a la mujer de Abū ‘d-Dardāʾ en un estado lamentable y le preguntó: “¿Qué te pasa?” “Tu hermano no tiene necesidad de nada en este mundo” respondió ella.

Cuando llegó Abū ‘d-Dardāʾ, dio la bienvenida a Salmān y le sirvió algo de comer. Salmān le dijo que comiera pero Abū ‘d-Dardāʾ dijo: “Estoy ayunando.” “Juro que no comeré hasta que tú comas también”.

Salmān pasó también la noche allí. En medio de la noche, Abū ‘d-Dardāʾ se levantó pero Salmān le cogió y le dijo: “Oh Abū ‘d-Dardāʾ, tu Señor tiene derechos sobre ti. Tu familia tiene derechos sobre ti y tu cuerpo tiene derechos sobre ti. Dale a cada uno su derecho.”

Por la mañana, rezaron juntos y luego fueron a ver al Profeta -la paz sea con él-, y éste confirmó lo que Salmān había dicho.

Como erudito, Salmān era famoso por su gran conocimiento y sabiduría. ʿAlī dijo de él que era como Luqmān, el Sabio. Y Kaʿb al-Ahbar dijo: “Salmān rebosa conocimiento y sabiduría –es un océano que jamás se seca”. Salmān poseía conocimientos tanto de las escrituras cristianas como del Corán, además de sus conocimientos previos de la religión zoroastriana. Salmān llegó de hecho a traducir fragmentos del Corán al persa en vida del Profeta s. Fue, pues, el primer traductor del Corán a una lengua extranjera.

Dada la influyente familia de la que descendía, Salmān podía fácilmente haber sido una personalidad destacada en el extenso Imperio Persa de su tiempo. Sin embargo, su búsqueda de la Verdad le llevó, aún antes de la aparición del Profetas, a renunciar a esa vida de lujo y comodidad y hasta a sufrir la ignominia de la esclavitud. Según las fuentes más fiables, murió en Tesifonte en el año 35 de la hégira, durante el califato de ʿUṯmān.

Fuente: Libro “Las estrellas ascendentes” Traducción: Abdur-Razaq Perez Fernandez

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