Autor: Sheij Abdul Haqq Bewley
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Lo que de hecho se plantea, es que la verdad de la ciencia es en cierto modo diferente a la verdad de la religión. En la mezquita y en la asociación de estudiantes islámicos utilizan un lenguaje, y en el aula y el laboratorio otro bastante distinto. La visión del mundo científica está, por necesidad, basada en la frase de Bacon que afirma que Dios sólo interviene en el universo a través de las causas secundarias. Pero el Dios que el musulmán adora en la mezquita es, por definición, el único Actor, sin intermediario alguno, en todos los fenómenos. Estos musulmanes tienen una identidad doble y a menudo ni siquiera lo saben. No, no cabe duda de que la compresión del Tawhid, por parte de los musulmanes, ha sido debilitada y corrompida por la visión del mundo que ahora predomina. Como casi todos los demás, el musulmán moderno ha alienado a lo Divino de toda implicación directa en los procesos naturales que ahora contempla únicamente en términos de causalidad secundaria; y, en consecuencia, no puede ver las cosas tal y como son. Es uno más de los que ven la existencia a través del telescopio de Galileo y contempla el universo mecanicista de Newton con una mente impregnada por el dualismo de Descartes.
Pero esto no debería sorprendernos porque el Profeta, s.a.w.s., nos dijo que iba a suceder. Como he dicho antes, la visión del mundo científica que hemos estado estudiando es la inevitable baza final de la tradición judeo-cristiana. En una ocasión, el Profeta, s.a.w.s., dijo: “No hay duda de que seguiréis los caminos de los que os han precedido, paso a paso y metro a metro, hasta tal punto que si ellos entran en la madriguera de un lagarto vosotros también lo haréis”. Los Compañeros preguntaron: “¿Te refieres a los judíos y los cristianos?” Contestó: “¡Quién si no!” Y no cabe duda de que la visión de la existencia formulada por Descartes y Newton es un túnel oscuro sin entrada ni salida.
Y sin embargo, a pesar de que el modelo de Descartes/Newton parecía ser una descripción completa de la existencia, y muy eficaz, en cuanto que proporcionaba a los seres humanos la capacidad de manipular la naturaleza en su propio provecho y otorgaba mucho poder y beneficio a los que mejor la comprendían ─a pesar del deterioro extremo del planeta en que vivían─ este modelo ha demostrado ser, en realidad, una imagen muy incompleta de esas cosas que pretendía explicar de forma categórica. De repente se descubrió que la materia, esa sustancia sólida sobre la que se basaba todo el edificio y con la que se supone estaba construido, era algo muy diferente a lo que se suponía. En vez de ser esa sustancia inanimada que pretendía Newton, condicionada mecánicamente al ser sometida a fuerzas exteriores, resultaba estar, en su mismo núcleo, compuesta de energía. En vez de ser inerte y predecible ahora se la veía, de hecho, como muy dinámica y totalmente impredecible.
En el año 1927 tuvieron lugar dos acontecimientos que iban a demostrar, de una vez por todas, que el modelo que había prevalecido durante tres siglos, que eran los cimientos inamovibles sobre los que se basaba el mundo moderno, modelo que se había convertido en el fundamento del conocimiento que el ser humano tenía del mundo, era en realidad una descripción deficiente, e incluso falsa, del mundo natural. Estos dos acontecimientos mencionados fueron la publicación de la tesis de Heisenberg sobre el ‘Principio de Incertidumbre’ y la publicación de la obra maestra de Heidegger ‘Ser y Tiempo’.
Einstein ya había puesto en entredicho muchas de las evidencias absolutas de Newton y ahora Werner Heisenberg, basándose en el trabajo de sus predecesores en la investigación del mundo subatómico Planck y Rutherford, y en estrecha colaboración con su maestro y gran amigo Neils Bohr, desarrolló el ‘Principio de Incertidumbre’. Con un solo plumazo, la descripción de la existencia propuesta por Newton se había hecho añicos. Este no es el momento, ni yo estoy mínimamente cualificado, para entrar en los detalles de esta ciencia, pero el resultado final del trabajo de Heisenberg en la mecánica cuántica iba a demostrar de forma categórica que la rígida separación entre el observador humano y el mundo exterior que contemplaba, y sobre lo que se basaba toda la experimentación científica, en realidad no existía. Frithjof Capra, un físico nuclear contemporáneo de gran prestigio, exponía de manera lúcida y elocuente las repercusiones de la investigación de Heisenberg con las siguientes palabras:
“Cuando la mecánica cuántica ─el fundamento teórico de la física nuclear─ se desarrolló en los años 1920, se puso de manifiesto que incluso las partículas subatómicas no eran en absoluto los objetos sólidos que presentaba la física clásica… En el nivel subatómico, el material sólido de la física clásica se disuelve en modelos de probabilidades que actúan como ondas… Un análisis minucioso del proceso de observación en la física nuclear ha demostrado que las partículas subatómicas no tienen significado en cuanto entidades aisladas y sólo pueden ser entendidas como correlaciones entre la preparación de un experimento y las mediciones subsiguientes. Esto significa que no se puede hacer la división cartesiana entre el ‘yo’ y el mundo cuando se está tratando con la materia nuclear. Así pues, lo que revela la mecánica cuántica es la existencia de una unidad básica del universo. Y conforme nos adentramos más en esta cuestión, la naturaleza no nos muestra esos bloques de construcción aislados, sino que más bien aparece como una compleja red de interrelaciones entre las varias partes del todo; y estas relaciones siempre incluyen al observador de forma imprescindible”.
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