Por: Rabea Chaudry
Depende de como quieras calcularlo -legalmente, culturalmente o religiosamente- mi marido y yo llevamos casados dos, tres o cuatro años. Y, en el tiempo que llevamos juntos he leído todo libro sobre relaciones y autoayuda que ha caído en mis manos. Si me entero de un libro que promete los doce pasos para entender la mente masculina, probablemente lo pediré urgente en Amazon en cuanto encuentre un ordenador.
Ni que decir tiene que he amasado un colección importante y he encontrado un trazo común que une a todos estos libros de auto-empoderamiento. En todas las lecturas que he llevado a cabo -desde peroratas misóginas sobre el correcto trato y alimentación a los maridos (disculpas a los fans de la Dr. Laura) a las leyendas de Venus y Marte colisionando- se me recuerda constantemente del poder que tengo en mi matrimonio, y en mi vida, como mujer. Por ejemplo, la incógnita de si mi matrimonio está boyante o simplemente sobrevive se debe menos a si mi marido se acuerda o no de comprarme flores después de una discusión y más al hecho de si soy capaz de expresarme con claridad y no suponer que mi marido me lee la mente. He aprendido que, a menos que tome una decisión consciente de tomar las riendas de mis circunstancias como un mujer que sabe lo que quiere y tiene la suficiente seguridad en sí misma para pedirlo, ni mi relación ni yo vamos a llegar a nuestro máximo potencial.
Dado que he pasado los últimos años aprendiendo cuánto control tengo sobre mis pensamientos y mi vida (¡gracias Dr. Dryer!) estoy fascinada por el peso y valor de mis acciones en su relación con mis relaciones personales y mi desarrollo. Al darme cuenta de mi derecho a ser una ser humano más realizado y seguro de sí mismo, me he dado cuenta de que estos libros, y la gran industria de la autoayuda que apoyo de nómina en nómina, responden por un parte a una gran demográfica de mujeres que, como yo, necesita que se les recuerde de forma constante sobre su valía y habilidad.
Gracias a las miles de páginas escritas por quienes se autoproclaman expertos en relaciones y en la vida, ahora puedo reconocer esta tendencia a devaluarse a una misma en las mujeres con las que interactuo. Lo veo en las mujeres de mi familia extendida. Lo veo en mis compañeras de trabajo. Y, después de pasar un larga temporada llevando a cabo una investigación improvisada en las mujeres de mi comunidad de musulmanas americanas, veo esta tendencia de carácter en las mujeres de mi comunidad religiosa también.
Después de meses esforzándome por entender por qué tantas mujeres musulmanas en occidente están dejando de usar el hiyab (pañuelo), he llegado a la siguiente conclusión: que las mujeres de todas la formas y tamaños, culturas y religiones se infravaloran. Y, al contrario de la idea romántica de muchas feministas occidentales que el quitarse el pañuelo de la cabeza es un momento inevitable de rebelión contra las instituciones patriarcas, me he dado cuenta que, muchas de las veces cuando una musulmana occidental se quita el pañuelo es un momento de rendición a una combinación de presiones sociales, políticas, culturales y auto-impuestas. En lugar de ser un momento triunfante en el que ella busca definir su espiritualidad más allá de su forma de vestir o, busca distanciarse de una construcción de su identidad religiosa que busca contenerla, es más probablemente un momento en el que se siente sobrepasada por el creciente peso de la sociedad que la etiqueta como una terrorista oprimida y de la comunidad religiosa que la etiqueta como particularmente piadosa y socialmente torpe.
Cuando una mujer occidental musulmana se pone el hiyab por su propia voluntad es una momento único en el que su relación personal con Dios es manifestada de una forma muy pública. A diferencia de cuando se hace la oración, se ayuna o incluso se recita Corán, cuando una mujer musulmana decide cubrirse con un pañuelo está exhibiendo un parte de su religiosidad. Hay un dicho que dice que hay gente que llevan el corazón en un puño. Para una musulmana occidental que se cubre con el pañuelo por decisión propia, de alguna manera lleva puesto una parte de su corazón espiritual en la cabeza. Postra su cabeza cubierta en la oración cinco veces al día en aceptación a Dios, y elige prolongar estos momentos de oración manteniendo su cabeza cubierta el resto del día.
A pesar de que muchas mujeres de diferentes religiones se cubren la cabeza -entre ellas las judías ortodoxas o las monjas católicas- la idea de que la espiritualidad de una mujer es una medida de cuántas capas de ropa lleva es un concepto interesante, y uno que no es bien aceptado por la sociedad en general. De hecho, insistiendo en incrementar su modestia, una mujer occidental musulmana que se cubre con el huyab hiere muchas sensibilidades. Y, como añadido a otros desafíos, también es expuesta a un mayor nivel de escrutinio por una comunidad religiosa que pone en ellas una irreal construcción de su virtuosidad. Su comunidad de repente espera que se adhiera a unas rígidas normas y regulaciones, y es a la vez querida y resentida por su comunidad mientras se esfuerza en adherirse a estas.
Al final, una mujer occidental que lleva el hiyab solo tiene un lugar al que ir para encontrar consuelo, fuerza y paz, de vuelta a Dios. La sociedad en la que vive la tacha como cómplice en su propia opresión y la comunidad a la que pertenece insiste en que su valía no es por la personalidad detrás de un pañuelo, sino por el pañuelo mismo. En estas dos arenas se ve reducida y el hiyab es malversado y mal entendido. Tanto como el pañuelo de una mujer no es asunto de nadie más que suyo, el pañuelo se ha convertido en el asunto de todos y está en las mentes de todos.
Es muy difícil estar en el extremo receptor de un escrutinio tan intenso. Ya sea la presión creciente por casarse que una musulmana occidental recibe de su familia al llegar a los treinta o la nociones de belleza que implican mostrar el cabello,he observado que cuando una mujer musulmana occidental deja de usar el hiyab, normalmente es para adaptarse al ideal de otra persona. Pero no me malinterpretéis, creo que una mujer sin pañuelo puede estar más cerca de personificar el ideal de la purificación del corazón y la sinceridad de carácter que una mujer que sí lo lleva. Entiendo que la valía de una mujer no puede, y no debe, ser reducida a un trozo de tela. Pero también entiendo que muchas mujeres musulmanas occidentales se están quitando el pañuelo como respuesta a un situación particular, y no porque la decisión la hayan tomado de voluntad propia y sin presiones.
Como mujer musulmana occidental que usa el hiyab, no soy ajena al efecto debilitante que puede tener; y porque yo lleve un pañuelo no significa que esté abogando que la mujeres musulmanas se centren en el pañuelo como indicación de su valía o incluso religiosidad. Lo que estoy diciendo es que la mujeres tenemos que alejarnos de la tendencia a tomar decisiones que están mayormente basadas en presiones sociales, políticas o culturales para encajar. Seamos nosotras las que decidimos qué es hermoso, que es libre, que es opresión y es que espiritualidad. Si te sientes liberada con el pañuelo, entonces úsalo. Si piensas que tu religiosidad depende de una elección de ropa, entonces piensalo otra vez.
Si una mujer deja de usar el pañuelo, creo que debe se ser una decisión que tome en el mismo contexto que su decisión de usarlo, en sus propios términos. Me he hecho la promesa de que si alguna vez dejo de usar el hiyab esto será porque es la mejor decisión para mi espiritualidad. Me he dado cuenta de que si tomo esta decisión a cuenta de otra persona, o como respuesta a una sensación de menosprecio, esta decisión no me llevará más cerca de realizar mi potencial como ser humano.
Durante mi investigación hablé con una mujer que dejó de usar el hiyab porque “estaba cansada de ser diferente”. Al final confesó que, incluso sin el pañuelo, su pelo negro y piel oscura la separaban de la mayoría de occidentales. Por lo que esto no hizo que su sentimiento de ser diferente cambiara. Reconozco en esta mujer algo que a menudo veo en mí misma: la creencia errónea de que la confianza en uno mismo y la seguridad son realidades artificiales que las circunstancia externas causan. Esta mujer se sentía como una extraña con o sin pañuelo. Aunque su apariencia física hubiese cambiado, su realidad interna e inhabilidad para aceptar su propia valía, seguían igual.
De la misma manera que vi una parte de mi misma en la historia de esta mujer, me sentí identificada con todas las mujeres con las que hablé que habían dejado de usar pañuelo. Y, honestamente, lo más difícil del tiempo que he pasado estudiando de forma crítica el hiyab, ha sido la cantidad de reflexión y pensamiento sobre mi misma que esto ha involucrado. Por cada razón que he escuchado por la que las mujeres estaban dejando de usar el pañuelo tenía que preguntarme si esa razón no era suficiente para que yo dejase de usarlo. ¿Era un deseo de sentirme lo suficiente hermosa? ¿O un sentimiento de que no podía seguir avanzando en mi carrera? ¿Creía que de alguna manera había sobrepasado el pañuelo? ¿Era el pañuelo un impedimento para ser todo lo actívamente física que me gustaría ser?
Al final, y a pesar de que continúe pensando sobre muchos de estos asuntos, me he dado cuenta de que esto tiene menos que ver con el hecho de que uso el hiyab y más con el hecho de que aún no soy una persona realizada completamente. A pesar de que reconozco que todas estas razones tiene sentido como para dejar de usar el pañuelo, también entiendo que no me voy a sentir más guapa, voy a avanzar en mi carrera o desarrollarme de forma espiritual o física hasta que no encuentre mi propia valía como mujer en esta sociedad. Muchas veces la mujeres musulmanas occidentales, incluida yo misma, se centran en el hiyab como la fuente de los problemas sin darse cuenta de que una gran parte de la insuficiencia que sienten no es el resultado de una decisión de vestuario, sino de un falta mayor de no aceptarse y quererse a ellas mismas. Nosotras tenemos un inmenso poder de determinar nuestros propios niveles de contentamiento y realización. Puesto que al igual que la espiritualidad es algo interno, también lo es la felicidad. Si no no aceptamos y queremos desde dentro hacia afuera, ningún pañuelo ni corte de pelo nos va a dar lo que necesitamos.
Fuente: www.altmuslimah.com Traducido y adaptado por New Muslims