Autor: Fethullah Gülen
Las tribus árabes esperaban a ver quién ganaría antes de aceptar el Islam, diciendo: “Si Muhammad prevalece sobre su gente, es un Profeta”. Por consiguiente, después de la victoria de los musulmanes empezaron a abrazar el Islam en multitudes. Esto impresionó tanto a los paganos, que organizaron una gran reunión cerca de Taif para coordinar sus proyectos de ataque. El Hawazin y el Zaqif, famosos por su coraje y su excelente dominio del tiro con arco, tomaron la delantera y prepararon una gran expedición contra La Meca.
Informado de sus movimientos por Abdallah ibn Hadrad, quien había sido enviado allí en labores de espionaje, el Mensajero actuó así en consecuencia y dejó La Meca con doce mil musulmanes que estaban llenos de entusiasmo por las dos mil nuevas conversiones acontecidas entre sus filas. Para proteger La Meca y consolidar la creencia de los nuevos musulmanes curando sus sentimientos heridos, el Mensajero no quiso luchar en el interior de La Meca.
La batalla se libró en Hunayn, un valle entre La Meca y Taif. Los nuevos musulmanes tenían más entusiasmo que sabiduría, más sensación de euforia que de fe y una confianza enorme en la honradez de su causa. Y el enemigo, a su vez, poseía la ventaja de conocer el terreno a fondo. Ellos tendieron una emboscada en la cual la avanzadilla de los musulmanes fue capturada o intencionadamente empujada por el Mensajero a ser apresada, quien parecía haberlo planeado así con el pretexto de engañar al enemigo haciéndoles ver que se batían en retirada. Sin embargo, el repliegue fue confuso y se produjo bajo una lluvia de flechas enemigas.
El Profeta, manteniendo como siempre la calma mediante su fe y sabiduría en estas horas tan cruciales, espoleó su caballo hacia posiciones mas adelantadas. Su tío Abbas estaba a su derecha, y el hijo de su tío, Fadl, a su izquierda. Mientras Abu Sufyan ibn al-Hariz intentaba detenerlo, el Mensajero gritaba: “Ahora la guerra ha sido declarada. Soy el Profeta, que no es ninguna invención. Soy descendiente de Abd al-Muttalib”.[1]
Abbas gritó: “¡Compañeros que juraron lealtad bajo el árbol de la acacia!”[2] Desde todos los lugares se oyeron respuestas: “¡Labbayk! -¡A Tu Servicio!-, y siguieron al Profeta. El enemigo, ahora en el centro del ejército musulmán, fue rodeado por todos los lados. El coraje, la sabiduría y la firmeza del Mensajero convirtieron un fracaso aparente en una victoria decisiva. Fue la ayuda de Allah lo que permitió que los musulmanes ganaran el día. Completaron la victoria con una persecución enérgica del enemigo, apropiándose de sus campos, capturando sus rebaños de ganado y apresando sus familias, que ellos se habían traído consigo, jactándose de poder conseguir una victoria fácil.
El enemigo derrotado se refugió en Taif. La victoria de los musulmanes persuadió a las tribus del desierto a aceptar el Islam, y a partir de entonces, de manera paulatina, las tribus rebeldes y Taif también se rindieron y abrazaron el Islam.
[1] Bujari, “Yihad” 52; Muslim, “Yihad” 78.
[2] Ibn Kazir, 4:373.