Autor: ‘Abdal Haqq Saif al ‘Ilm (Shaykh Abdalhaqq Bewley)
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Esta breve biografía de Profeta Muhammad espere ser un punto de inicio para todos aquellos que quieren conocer más acerca del Profeta Muhammad. En ella veremos el contexto histórico en el que vino, cuál era su carácter y su naturaleza esencial.
Su carácter
Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de las cosas hermosas y según el número de las buenas cualidades manifestadas en los hombres desde el comienzo del tiempo hasta el final del tiempo, parecía, cuando estaba solo, un hombre de mediana estatura. Pero cuando se encontraba con otros, ni empequeñecía a aquellos más bajos que él, ni parecía más bajo que los que eran más altos. Estaba bien proporcionado, con un pecho amplio y anchos hombros, y sus miembros eran fuertes y bien proporcionados. En su espalda, entre sus omóplatos, y más cerca del derecho que del izquierdo, tenía el sello de la profecía: un lunar negro rodeado de pelillos.
Su rostro era ovalado, de tez blanca, con un ligero tinte moreno. Su frente era despejada y tenía unas cejas muy largas y arqueadas con un espacio entre ellas donde se señalaba una vena que palpitaba en momentos de gran emoción. Sus ojos eran negros y separados. Tenía pestañas largas y espesas. Su nariz era aquilina y su boca y sus labios estaban bien proporcionados. Sus dientes, con los que era muy cuidadoso, estaban bien dispuestos y proyectaban un blanco brillante cuando sonreía ó al reír. Era de mejillas anchas y uniformes, con una barba negra y espesa que tenía, a su muerte, diecisiete canas. Su cara estaba enmarcada por una abundante melena que caía en ondas hasta sus orejas y hombros, y que él a veces se trenzaba y otras veces se dejaba suelta. La transparencia de su rostro era tal que su ira ó su agrado brillaban directamente a través de ella. Su cuello, ni corto ni largo, era del color de la aleación del oro y la plata. Sus manos tenían la textura del satén, con anchas palmas y largos dedos, de las que emanaba un dulce perfume que permanecía en las cosas que tocaba. El arco de sus pies era pronunciado y su andar era el de un hombre que camina cuesta abajo con rapidez y modestia.
Era de temperamento amable y de hermosos modales en medio de un ambiente acostumbrado a una violencia arrogante. Nunca era insultante y jamás despreció al pobre ó al enfermo. Honraba la nobleza y recompensaba según la valía, dando a cada cual lo más adecuado a sus necesidades. Jamás se humilló ante la riqueza o el poder, sino que llamaba a todos los que acudían a él a la adoración de Allah.
Era siempre el primero en saludar a quien se encontrase, y nunca era el primero en retirar la mano. Era infinitamente paciente con todos los que a él acudían en busca de consejo, sin importarle la ignorancia de los incultos ó la tosquedad de los malcriados. En cierta ocasión, un beduino acudió a él con una petición y le tiró tan bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad se rió y dió al hombre lo que pedía.
Una de sus cualidades era que siempre tenía tiempo para todos los que le necesitaban. Era considerado con los visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio ó extender su capa para que se sentaran en ella; y si rehusaban, insistía hasta que aceptaban. Prestaba a cada invitado su total atención, de tal manera que todos sin excepción sentían que ellos eran los más honrados.
De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el que con menos se complacía. Los errores de sus acompañantes no eran mencionados y nunca culpaba ó amonestaba a nadie. Su criado Anas estuvo con él diez años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la atención una sóla vez, ni siquiera para preguntarle que por qué no había hecho algo.
Disfrutaba escuchando buenas opiniones sobre sus compañeros y lamentaba la ausencia de éstos. Visitaba a los enfermos aún en los barrios de Medina más distantes de su casa y de más difícil acceso. Acudía a las fiestas y aceptaba las invitaciones tanto de esclavos como de hombres libres. Acompañaba a las comitivas fúnebres y rezaba sobre las tumbas de sus compañeros. A dondequiera que fuese iba siempre sin protección, aún entre gente de probada enemistad.
Poseía una voz fuerte y melodiosa, y aunque permanecía silencioso durante largos periodos, siempre hablaba cuando la ocasión lo exigía. Cuando lo hacía, era extraordinariamente elocuente y preciso, sus frases estaban bien construidas y eran tan coherentes que aquellos que le escuchaban, quienes quiera que fuesen, las entendían fácilmente y recordaban sus palabras. Solía hablar dulce y desenfadadamente cuando se encontraba con sus esposas, y con sus compañeros era el hombre más alegre y sonriente, apreciando lo que decían y charlando amigablemente con ellos. Nunca se enfadaba por sí mismo ó por cuestiones relacionadas con este mundo, pero cuando se irritaba por algo tocante a Allah, nada podía ponerse en su camino. Cuando enviaba a alguien a algún lugar, apuntaba siempre con toda la mano. Cuando algo le complacía, volvía las palmas hacia arriba. Cuando hablaba con alguien, volvía todo su cuerpo hacia él. Todo lo que hacía lo hacía a fondo.
Su generosidad era tal que cuando le pedían algo nunca decía que no. En cierta ocasión siguió dándole ovejas a un beduino que insistía en pedirle más y más, hasta que las ovejas llenaron un valle entre dos montes, y el hombre quedó anonadado. Nunca se iba a la cama hasta que todo el dinero de su casa había sido distribuido entre los pobres, y con frecuencia repartía parte de su reserva anual de grano, de forma que él y su familia carecían de él antes de terminar el año. Solía preguntar a la gente sobre sus necesidades sin que acudiesen a él y les daba todo lo que necesitaban. Así como era de generoso con sus pocas posesiones, era de generoso de sí mismo, dando sin cesar consejo, ayuda, amabilidad, perdón, y rebosante amor.
Amaba la pobreza y siempre se le encontraba con los pobres. Su vida era lo más sencilla posible. Se sentaba siempre en el suelo, y a menudo, cuando estaba con sus compañeros, se sentaba en la última fila para que los visitantes no pudieran distinguirle de los demas. Comía de un plato colocado en un mantel sobre el suelo y nunca usaba una mesa. Dormía en el suelo sobre una esterilla de palma cuyas marcas se le señalaban en la piel, aunque no rechazaba las comodidades si le eran ofrecidas.
Tanto él como su familia pasaban a menudo hambre y a veces transcurrían meses enteros sin que saliese humo de su casa ó de las de sus esposas, pues sólo tenían dátiles y agua, y carecían de alimentos que cocinar y de aceite para las lámparas. Sin embargo, en las ocasiones en que disponía de alimentos, comía bien. Solía decir que el mejor plato era aquel en el que había más manos comiendo. Nunca criticaba la comida. Si le gustaba, la comía, y si no, la dejaba.
Solía atar al camello macho y alimentar a los animales usados para acarrear agua. Barría su habitación, arreglaba su calzado, remendaba su ropa, ordeñaba la oveja, comía con los esclavos y los vestía con ropas iguales a las suyas. Molía el trigo él mismo cuando su esclava se cansaba, y llevaba lo que había comprado desde el mercado hasta su casa. Decía: ‘¡Oh Allah!, permíteme vivir, crecer y morir con los pobres’, y al morir no dejó ni un dinar ni un dirham.
Se vestía con lo que encontraba a mano, siempre que fuese correcto, aunque especialmente le gustaban las ropas verdes y blancas. Cuando estrenaba una prenda nueva, regalaba la vieja. A veces vestía de lana basta. Poseía un manto del Yemen, a rayas, por el que sentía especial predilección. Amaba los perfumes y compraba los mejores que encontraba. Las únicas posesiones que tenía en gran estima y a las que cuidaba mucho eran sus espadas, su arco y su armadura, las cuales usaba sin temor y frecuentemente en las expediciones que dirigía.
Por encima de todo, fué a través de él cómo el Qur’an fué revelado, y la totalidad de su vida fue una constante manifestación de las enseñanzas en él contenidas. Fue el ejemplo perfecto para su comunidad, tanto en cómo debían ser los unos con los otros, como en su relación con su Señor, el Creador del Universo. Les enseñó a purificarse, cómo y cuándo postrarse ante Allah. Cómo y cuándo ayunar. Cómo y cuándo dar. Les enseñó cómo luchar en el camino de Allah. Dirigía la oración con ellos y se postraba durante la noche, sólo, hasta que sus pies acababan hinchados. Cuando alguien le preguntaba que por qué lo hacía, su respuesta era: `¿Acaso no debo ser un esclavo agradecido?‘. Tenía una oración para cada acción y nunca se levantaba ó se sentaba sin mencionar a Allah. Todos sus actos los realizaba con la intención de complacer a su Señor. Enseñó a su comunidad todo aquello que podía llevarles más cerca de Allah, y les prevenía contra todo aquello que pudiese alejarles de El. Inspiraba amor y profundo respeto en todos los que le trataban, y sus compañeros le amaban y honraban aún más que a sus familias, posesiones, e incluso más que a si mismos.
En cierta ocasión, su compañero y amigo íntimo Abu-Bakr as-Sidiq metió uno de sus pies en un agujero donde había una serpiente que le mordió, con tal de no despertar a su amado Profeta, que dormía en aquel momento.
Su yerno y sobrino Ali se arriesgó a ser asesinado en su lugar, y existen muchos más relatos que reflejan la devoción que inspiraba en todos los que le seguían. La unanimidad en las reacciones de todos los cercanos a él y la descripción que de él nos ha llegado a través de ellos, nos muestran a un hombre de tal perfección de carácter que no puede quedar ninguna duda de la veracidad del Mensaje y de la Guía que trajo: el Camino del Islam.
Su Señor le dice en el Qur’an: ‘Te hemos creado con un carácter vasto‘ (Sura del cálamo, 68:4), y él decía: ‘Yo he venido a perfeccionar el buen carácter‘. Este es justamente el objetivo y el resultado de seguir el camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.
Fuente: libro ‘Muhammad, mensajero de Allah‘